Cuando iniciamos el rezo del
Credo proclamando las palabras “Creo en
Dios Padre Todopoderoso…”, afirmamos que Dios es nuestro Creador y nuestro
Padre, que puede hacer todo lo que desee y porque todo lo puede.
El capítulo 12 nos muestra el
poder de Dios, y con su poder, su misericordia ante situaciones que incluso
nosotros, por nuestra condición humana, no seríamos capaces de mostrar la misma
indulgencia.
Primero conoceremos la
moderación de Dios a Canaán, quienes cometieron las mayores aberraciones y
pecados contra la vida humana, hechicerías y sacrilegios, y por último, el
castigo progresivo de los egipcios que creían en otros dioses y que finalmente
reconocieron a Dios. Dios pudo optar por exterminarlos directamente como condena,
y al contrario, fue moderado en su castigo antes de juzgarles para que tuvieran
tiempo de arrepentirse y convertirse a Él aun sabiendo todas las malas acciones
que habían cometido.
Este capítulo del AT anticipa
el mensaje de las cartas a las 7 Iglesias de Asia del Apocalipsis, donde Dios reprende
nuestros errores, nos llama al arrepentimiento y a corregir nuestra conducta y
cambiarla, pues el mensaje de Cristo es una llamada a la conversión, no a la
condena, un aliciente de esperanza de que hasta en el último suspiro en vida, todos
estamos llamados a la conversión a Dios, al arrepentimiento sincero, porque su
misericordia se traduce en Amor.
Y tal es el poder de Dios para
ser misericordioso, que hace cuestionarnos quiénes somos nosotros para juzgar o
criticar a los demás. Él, que todo lo puede, como sus Hijos nos enseña que
nosotros, que no tenemos poder, debemos recordar la bondad de Dios al juzgar, a
ser indulgentes con los demás como Él con correcciones fraternas más que con
juicios soberbios, y al mismo tiempo, esperar misericordia si cometemos alguna
falta:
“No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque
con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que
midáis, se os medirá” (Mateo 7, 1-2).