martes, 25 de febrero de 2020

Sabiduría 12 (Michelle 17/02/2020)


Cuando iniciamos el rezo del Credo proclamando las palabras “Creo en Dios Padre Todopoderoso…”, afirmamos que Dios es nuestro Creador y nuestro Padre, que puede hacer todo lo que desee y porque todo lo puede.

El capítulo 12 nos muestra el poder de Dios, y con su poder, su misericordia ante situaciones que incluso nosotros, por nuestra condición humana, no seríamos capaces de mostrar la misma indulgencia.

Primero conoceremos la moderación de Dios a Canaán, quienes cometieron las mayores aberraciones y pecados contra la vida humana, hechicerías y sacrilegios, y por último, el castigo progresivo de los egipcios que creían en otros dioses y que finalmente reconocieron a Dios. Dios pudo optar por exterminarlos directamente como condena, y al contrario, fue moderado en su castigo antes de juzgarles para que tuvieran tiempo de arrepentirse y convertirse a Él aun sabiendo todas las malas acciones que habían cometido.

Este capítulo del AT anticipa el mensaje de las cartas a las 7 Iglesias de Asia del Apocalipsis, donde Dios reprende nuestros errores, nos llama al arrepentimiento y a corregir nuestra conducta y cambiarla, pues el mensaje de Cristo es una llamada a la conversión, no a la condena, un aliciente de esperanza de que hasta en el último suspiro en vida, todos estamos llamados a la conversión a Dios, al arrepentimiento sincero, porque su misericordia se traduce en Amor.

Y tal es el poder de Dios para ser misericordioso, que hace cuestionarnos quiénes somos nosotros para juzgar o criticar a los demás. Él, que todo lo puede, como sus Hijos nos enseña que nosotros, que no tenemos poder, debemos recordar la bondad de Dios al juzgar, a ser indulgentes con los demás como Él con correcciones fraternas más que con juicios soberbios, y al mismo tiempo, esperar misericordia si cometemos alguna falta:

“No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os medirá” (Mateo 7, 1-2).

Sabiduría 11 (María H. 10/02/2020)

La Sabiduría de Dios ha ido guiando al pueblo elegido a lo largo de toda su historia. En el capítulo anterior se resumía el Génesis y empezaba a explicarse el Éxodo; a partir de ahora se medita en profundidad sobre la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, empezando por las plagas.

Por un lado, el envío de insectos y reptiles se muestra como una respuesta a la idolatría de Egipto, que adoraba, entre otros animales, a serpientes y escarabajos. También la idolatría explica la plaga de las tinieblas: supone una demostración de que Yahvéh es más poderoso que el principal de los dioses egipcios: Ra, una personificación del sol.

Por otro lado, se relaciona la primera plaga, el Nilo lleno de sangre, con la orden faraónica de arrojar al río a los niños hebreos; también esta sería la causa de la décima plaga, la de los primogénitos egipcios muertos: el Dios de Israel hiere la descendencia de los egipcios como previamente el faraón había herido la descendencia de los israelitas (Sb 18,5).

Así, las plagas no solamente son una medida de presión para que el Faraón dejara marchar al pueblo de Israel, también tienen una intención aleccionadora: en el pecado va la penitencia.


El agua contaminada hace sufrir sed a los egipcios; sin embargo, cuando es Israel el que sufre sed, Dios obtiene para su pueblo agua, haciéndola manar de una roca. Cuando Israel sufre hambre, Dios envía el maná.

lunes, 17 de febrero de 2020

Sabiduría 10 (Mª Victoria 16/12/2019)

A lo largo de la lectura del Libro de la Sabiduría hemos sido partícipes de varias reflexiones del autor, como la naturaleza y los frutos de la misma, o de su importancia para el destino del hombre, entre otras cosas.
En este décimo capítulo, presenciaremos el inicio de una nueva reflexión, esta vez destinada a resaltar la labor de la Sabiduría en la historia del pueblo de Dios. Comienza así recordando a Adán, el primer hombre de la Creación; a Noé, que siguiendo la voluntad del Padre, creó un arca para salvarse del diluvio; a Abrahán, Padre la Fe; a Lot que, al contrario que su mujer, abandonó obediente la ciudad de Sodoma; a Jacob a quien el Señor amparó, protegió y bendijo; a José que rechazando la tentación y el pecado alcanzó el reconocimiento del Faraón gracias a su capacidad para interpretar los sueños; y finalmente a Moisés, el Santo Profeta que, al servicio del Padre, liberó al pueblo de Israel de la esclavitud.
De este modo, el autor refleja cómo la Sabiduría siempre acompaña al hombre justo (zaddik[1]), es decir, al hombre fiel y bendito que al confiar plenamente en el Señor vive y aprende a comprender internamente la Palabra de Dios.


[1] Ratzinger, J. (Benedicto XVI), 2012, La infancia de Jesús. Barcelona (España), Planeta, P. 45.

Sabiduría 9 (Sofía 09/12/2019)


El capítulo 8 del libro de la Sabiduría que leíamos la semana pasada terminaba con las palabras de Salomón reconociendo la Sabiduría como un don inalcanzable para el hombre si no es otorgado por Dios. Anhelando obtener este don compone la oración que ocupa este capítulo noveno.
Comienza con una alabanza en la que admira la grandeza de la creación, dejando claro, por un lado, que todo lo que existe procede de Dios, y asumiendo, por el otro, la misión del hombre de dominar el mundo que Dios ha dejado en sus manos, con prudencia y humildad, buscando siempre el bien.
Con esta oración de alabanza, antes de hacer su petición, centra la mirada en el Señor evitando aferrarse a sus propios deseos y asume la verdadera posición del hombre en la creación como criatura de Dios.
A continuación, pide el don de la Sabiduría aceptando su propia pequeñez y la necesidad de alcanzar de Dios esta gracia para poder actuar y gobernar conforme a su voluntad. Esta plegaria no es únicamente una petición para que le conceda su favor, si no que está motivada por el amor hacia su pueblo y hacia Dios, y su deseo de agradarle en todo.
Termina la oración reconociendo las limitaciones del hombre, incapaz de comprender el mundo y los planes de Dios si no es por la revelación divina. En esta última parte deja entrever como el sabio es aquel hombre sencillo que humildemente reconoce a Dios como el único camino de salvación y se pone en sus manos, para que sea su único guía. Esto nos recuerda la oración de Jesús al Padre en el Evangelio de San Mateo: “Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a  sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños.” (Mt 11, 25).

miércoles, 29 de enero de 2020

Sabiduría 8 (Mª Victoria 02/12/2019)

En este nuevo capítulo, Salomón continúa en sus alabanzas a la Sabiduría. Si en el anterior resaltaba a ésta como la mayor riqueza del mundo, en esta ocasión la destacará como la mejor compañera del Hombre, queriendo así tomarla como esposa.
La principal razón que mueve al monarca en su decisión es que la Sabiduría se encuentra en el seno de Dios, es decir, en comunión con Él. Seguidamente, no dudará en exponer al lector los frutos de la misma siendo éstos las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Finalmente, terminará el capítulo reconociendo la Sabiduría como don y, que como tal, debe ser pedida con humildad al Señor en todo momento y, al igual que hizo nuestra Madre del cielo, reflexionar en nuestro interior estas cosas y meditarlas en nuestros corazones.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Sabiduría 7 (María F. 25/11/2019)

El capítulo que leemos hoy forma parte de un discurso puesto en boca del rey Salomón. Este explica que la búsqueda de la sabiduría vale más que todo, y trae toda clase de bienes. El himno a la sabiduría comienza aludiendo al nacimiento de Salomón, para que veamos que es como todos los hombres nacido de mujer y destinado a la muerte. La sabiduría no es una herencia biológica, el autor predica una sabiduría que viene de Dios y que conduce a los hombres a Dios, es un don de Dios para los que la piden. Por ello es tan importante la oración y la acogida.
La sabiduría no debe ser entendida como un valor únicamente intelectual, sino sobre todo existencial. La verdadera sabiduría no consiste en saber muchas cosas, sino en conocer y practicar lo que es realmente necesario. La búsqueda de la sabiduría es en definitiva la búsqueda de Dios, para conocer Su voluntad y ponerla en práctica. Se trata así de una determinada manera de vivir tanto en relación con Dios como con los demás.
En el Nuevo Testamento aparece Jesucristo como "sabiduría de Dios" en carne viva. Esta "sabiduría de Dios" se mostró en Jesucristo completamente desnuda de poder y de riquezas, en medio de la debilidad de la cruz. Para los cristianos no hay sabiduría mayor, y sabio es el que sigue a Jesucristo.
Muchas veces nos esforzamos en la vida por conseguir lo que no tiene importancia: poder, riqueza, salud... y menospreciamos lo más importante: ese don que viene de Dios y realiza nuestra unión con Él. ¿Por qué nos decidimos? Jesús lo dice bien claro: "buscad el reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura".
 

viernes, 22 de noviembre de 2019

Sabiduría 6 (María H. 18/11/2019)


El capítulo que hoy proclamamos afirma que “un pueblo prosperará si sus gobernantes son sensatos”, y habla a “los que están orgullosos de la multitud de sus pueblos”. Quienes tienen mucha responsabilidad necesitan especialmente de la Sabiduría. Esto lo comprendió bien el rey Salomón, quien pidió un corazón sabio para gobernar rectamente al pueblo de Israel, prefiriéndolo a riquezas, o a una vida larga.

La Palabra de Dios es siempre actual, a pesar de su antigüedad, y en estos días es conveniente pedir que los gobernantes busquen, y encuentren la Sabiduría, no buscando su propio beneficio, sino poniéndose al servicio de la sociedad que gobiernan: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos” (Mc 10, 45).

También nos dice el Evangelio que “al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá” y de una forma similar, esta lectura avisa de que “al pequeño se le perdona por piedad, pero los grandes serán examinados con rigor”.

Estas afirmaciones nos invitan a la humildad, a no pensar que ya lo sabemos todo, a escuchar y a aprender, porque “La Sabiduría se manifiesta a quienes la buscan”, no a quienes creen tenerla. Además, el Padre “ha ocultado estas cosas a los poderosos y se las ha enseñado a la gente sencilla” (Lc 10,21).

La escucha es especialmente importante. De hecho, este capítulo comienza con una exhortación a escuchar, algo habitual en la Biblia: al ser preguntado sobre el mandamiento más importante, Jesús contesta citando el Deutoronomio: El Mandamiento más importante es este: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor…”.
También en la liturgia del Bautismo, existe el rito del Effetá, “ábrete”, para que el recién bautizado, desde el comienzo de su vida cristiana, abra sus oídos a Dios.

El bautismo marca el inicio no solo de la vida cristiana, también de la eterna, que nos da Dios, como dice el salmo que hoy se canta en la Eucaristía: Dame vida, Señor, para que observe tus decretos.

El libro de la Sabiduría nos dice que la inmortalidad, la Vida, nos acerca a Dios: Dios debe ser el objetivo último, y no un medio para conseguir la inmortalidad, o la felicidad.

Así, todos los bautizados (y no solo los gobernantes) estamos llamados a buscar la Sabiduría. Esta Sabiduría procede de Dios y nos acerca a Él y a su Reino, un reino que no es de este mundo, pero que podemos adelantar en este mundo. Un mundo que se salvará si hay muchos sabios; es decir, personas que aman la Sabiduría y son dóciles a ella.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Sabiduría 5 (Karl 11/11/2019)


El capítulo 5 del Libro de la Sabiduría presenta el juicio final de los impíos y el destino de vida eterna de los justos. En él se describe cómo, delante de los impíos, aparecerá en pie el justo al que despreciaban y afligían en vida. Al verlo se aterrorizan, pues se dan cuenta de que el orgullo y la riqueza que tenían en vida no sirven de nada; y se lamentan por no tener una “señal de virtud que poder mostrar” porque no han dejado ningún rastro bueno.

Este texto no habla del juicio de los pecadores sino de los impíos. En los ladrones crucificados a cada lado de Jesús encontramos un ejemplo de esta diferencia entre pecador arrepentido e impío. Al fin y al cabo, Cristo vino al mundo para llamar a los pecadores. El justo que cita el texto, que está en pie ante los impíos, no los condena sino que los propios impíos se dan por condenados sin pedir auxilio.

Como texto del Antiguo Testamento, encontramos la plenitud de lo que revela en el Nuevo, en concreto, en la visión del Juicio que da el Apocalipsis. Así, si cuando nos encontremos delante del único Justo, del cordero degollado que está en pie ante el trono de Dios, no tenemos suficientes señales de virtud que hayan dejado rastro como para que seamos contados entre los justos por nuestros méritos, miremos a las llagas que sí que han dejado un rastro eterno en el cuerpo resucitado de Cristo porque, al acogernos a ellas con la virtud de la humildad, somos justificados.

martes, 12 de noviembre de 2019

Sabiduría 4 (Sofía 04/11/2019)

La primera parte de este capítulo 4 del libro de la Sabiduría continua alertándonos del destino de los justos y del de los impíos, poniendo de manifiesto, al igual que en el capítulo anterior, la inquebrantable fidelidad de Dios hacia los primeros y la ruina de los segundos.
Desde el primer versículo: “más vale no tener hijos y tener virtud” queda clara la prevalencia de la obediencia a Dios frente a cualquier otro bien que se pueda alcanzar en este mundo.
Utiliza el tema de la fecundidad, tan importante para los judíos en el Antiguo Testamento, para advertirnos de que ninguna aspiración humana, por muy bien intencionada que sea, es beneficiosa para el hombre si no es conforme a la voluntad de Dios.  
Por eso es fundamental la oración constante y el discernimiento, para evitar que los propios deseos y afanes, que no siempre son voluntad de Dios, nos impidan ponernos a su servicio buscando siempre lo que le agrada.
En la segunda parte del capítulo se trata el tema de la muerte prematura, incomprensible y trágica para los que no siguen a Dios. En contraposición a esta opinión de los impíos, el autor del libro ve la muerte precoz del justo como una bendición de Dios que lo pone a salvo de la maldad de este mundo. Pues, afirma, la meta del hombre no es una existencia larga sino llena de obras agradables a Dios; de esta forma alcanzará la salvación y recibirá la vida eterna.
Muchos de los grandes santos que sirvieron a Dios tuvieron una vida corta, como es el caso de Santo Domingo Savio, que murió con tan solo 14 años. Aunque su paso por este mundo fue breve, estuvo marcado por el constante deseo de complacer a Dios y ser santo como demuestra una de sus frases más conocidas: “Antes morir que pecar”.

lunes, 28 de octubre de 2019

Sabiduría 3 (Michelle 21/10/2019)

Si bien los primeros capítulos ponían de manifiesto a los justos en su búsqueda de Dios, huyendo del pecado, así como la vida de los impíos y sus persecuciones a los justos, en el capítulo 3 vemos dos contrastes entre la suerte de los justos y los impíos.

El primer contraste nos compara cuál será el premio de los justos frente al castigo a los impíos, pues mientras los primeros son vejados y oprimidos, los segundos se entregan a toda clase de placeres y pecados.

Este fragmento suele ser una de las lecturas en las misas funerales, donde se recalca que la muerte no es el final del camino y que la vida no termina para aquellos que confían en el Señor en su vida terrenal, pues ahora están en manos de Dios. Este capítulo del Antiguo Testamento también nos revela el mensaje que Jesús dio en el Monte de las Bienaventuranzas a sus discípulos en el Nuevo Testamento, para dar Fe y recompensar a aquellas personas que mantienen una buena conducta, basadas en la humildad y el amor al prójimo, frente a la imposición y la fuerza, para alcanzar la Vida Eterna en el Reino de los Cielos. También el Cántico de la Virgen María del Magníficat, quien representa la pureza y la humildad, revela su visión reconociendo la providencia de Dios en el mundo: “Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Y como último punto de este contraste, el libro de la Sabiduría hace referencia al final de los tiempos, al día del Juicio Final del Apocalipsis, donde los impíos serán castigados al fuego, y los justos alcanzarían la inmortalidad y Salvación en la Jerusalén Celestial, la Ciudad Santa.


El segundo contraste nos adelanta parte del capítulo 4, donde se premia la esterilidad con virtud frente a la fecundidad con maldad.

En el Antiguo Testamento la esterilidad se consideraba como deshonra o castigo, y la fecundidad era señal de bendición divina. Pero en esta perícopa, la fecundidad no se reduce a la fecundidad biológica, pues a la mujer estéril pero fiel a Dios se le atribuye una fecundidad espiritual, que dará fruto en el juicio de los justos.

En este fragmento también se juzga la suerte de los adúlteros, a los hijos de uniones ilegítimas y cuál será el castigo de los que optaron por el pecado y no fueron fieles, entendida como infidelidad a Dios, así como las consecuencias que sufrirían sus descendientes.

También, sobre la fecundidad, Jesús cambia nuestra mirada. A la mujer que, al verle, le dice: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron», él responde: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11, 28). 


En resumen, todos seremos juzgados al final de los tiempos y nuestro estilo de vida cristiano debe ser humilde siendo, sobre todo, fieles a Dios como bautizados a ejemplo de la Virgen María. Y aunque en los tiempos que corren, en un mundo pagano, y en medio de las dificultados ser cristiano no es fácil, debemos llevar nuestra vida como discípulos a través de las Bienaventuranzas, reconociendo también nuestros errores y corrigiéndolos a través del sacramento de la confesión, y sin olvidarnos del alimento principal que sostiene la fidelidad de Dios: la oración y la Palabra.

jueves, 17 de octubre de 2019

Sabiduría 2 (Alberto 14/10/2019)

En este segundo capítulo se nos relata el modo de actuar de los impíos: su negación de Dios y de la Vida Eterna, su consecuente vida desordenada y su persecución de quienes llevan una vida diferente, en realidad, más plena y llena de sentido, porque les resultan molestos.
Llama especialmente la atención la asombrosa semejanza entre el retrato que, en este último sentido, hace el autor y la actitud que mostraron hacia Jesús sus propios contemporáneos cuando lo crucificaron. Su fe, convertida en un conjunto de normas vacío, había dejado de ser una convivencia real con el Señor, y así, acabaron por actuar de la manera impía que describe el capítulo: desatendieron a los pobres y a las viudas, y persiguieron, hasta darle muerte en la Cruz, a Aquél que es el Justo por excelencia.
Por el contrario, lo que distingue al justo es, precisamente, esa relación íntima y estrecha con el Señor: “se llama a sí mismo hijo de Dios” (Sb, 2, 13), una relación de Amor mutuo, a imitación del propio Jesucristo, quien llamaba a Dios “Abba” (Padre). Esta intimidad especial se hacía evidente también en su trato con el prójimo, especialmente, con los necesitados. Imitemos nosotros también al que es Justo, busquemos esa misma cercanía íntima con el Señor en la oración, y dejémosle que vivifique nuestra Fe, para que nuestras obras sean testimonio profundo de ese Amor.


Sabiduría 1 (Javier 07/10/2019)

El Libro de la Sabiduría es un escrito del Antiguo Testamento compuesto en griego posiblemente en Alejandría de Egipto, cerca de la era cristiana.

Este libro nos propone fundamentalmente tres recorridos de pensamiento teológico: 1) la inmortalidad bienaventurada para el justo (Cf. capítulos 1-5); 2) la sabiduría como don divino y guía de la vida (Cf. capítulos 6-9); y 3) la historia de la salvación (Cf. capítulos 10-19).

Salomón vivió diez siglos antes del autor inspirado del Libro de la Sabiduría pero, sin embargo, ha sido considerado como el iniciador y artífice de toda una reflexión sapiencial posterior. La oración en forma de himno, puesta en sus labios, es una invocación solemne dirigida al «Dios de los padres y Señor de la misericordia» (9,1) para que conceda el don preciosísimo de la sabiduría.

Podríamos seguramente decir que este primer capítulo queda resumido en el versículo que lo inicia. Estaréis de acuerdo conmigo en que el corazón de todo hombre anhela justicia, verdad, bien, belleza… pero sin la sabiduría se encuentra perdido, sin luz que lo guíe en sus decisiones, en sus opciones de cada día. Se trata de una sabiduría que va más allá de nuestra inteligencia o habilidad, es la participación en la mente de Dios.

Los Padres de la Iglesia, siguiendo a San Pablo, han identificado en Cristo la Sabiduría de Dios. Salomón, considerado el rey más justo y sabio, es una prefiguración de Jesucristo.
Tenemos la experiencia de ver frustrados, en muchas ocasiones, los nobles deseos de nuestro corazón. La muerte de los que amamos, el justo despreciado, el inocente condenado… son impotencias que claman al cielo y esperan respuesta.
En efecto, en Cristo se cumplen las palabras de la Escritura, la justicia vence a lo que la frustraba, la muerte y el pecado.

Queda una advertencia fundamental. El justo sólo puede buscar a Dios con sencillez y humildad, confiando en su bondad providente y obrando rectamente. No hay otro camino, no nos engañemos, todo lo demás es de impíos y necios que van hacia la muerte. ¡Ánimo! No nos cansaremos de repetir que es Dios el que sale a nuestro encuentro, que Él se interesa por nosotros, que está siempre atento como el buen esposo a su amada. ¡Perseveremos en fidelidad para ser santos, con decisión y entrega en la batalla de la vida!

Os animo a escuchar este pasaje de la Escritura, con los oídos atentos, la mente despejada y el corazón bien dispuesto a recibir al Señor.

lunes, 3 de abril de 2017

I Samuel 16 (Michelle 27/03/2017)


Saúl decide seguir su propio camino en lugar de someterse a Dios. Su reino iba decayendo, pero Yahvé estaba levantando a otro hombre para que se convirtiera en el futuro rey de Israel.

A diferencia de Saúl, elegido rey por los hombres, es Dios quien elige en secreto, a través de Samuel, a quien sería el “ungido” entre los hijos de Jesé, de Belén. Samuel se fija en el hijo mayor, pero Yahvé no tiene prejuicios: no escoge en base a la experiencia, belleza o inteligencia, sino que mira el interior de las personas. No escoge ni al primogénito ni a los hijos mayores de Jesé, sino al más pequeño: un humilde pastor llamado David.


Mientras que el Espíritu de Dios vino sobre David, Yahvé se apartó de Saúl por su desobediencia enviándole un espíritu malo, como llamada al arrepentimiento. Y Dios, que obra de forma milagrosa y misteriosa, hace que se crucen los caminos de los ungidos, entrando David al servicio de Saúl, quien desconoce quién era realmente el hijo de Jesé, para que le ayude a alejarse del tormento del espíritu maligno.


La Palabra de hoy nos enseña, con la unción de David, que Dios no mira las apariencias, sino cómo está nuestro corazón.


La sociedad actual nos presenta un paisaje cada vez más superficial y efímero, prisionero de la exterioridad, donde impera el amor propio, la falta de autenticidad para conseguir la aceptación del otro, o la esclavitud material, que esconden un vacío interior: Vanidad de vanidades, todo es vanidad (Eclesiastés 1, 2).


Sin embargo, Dios no mira lo que mira el hombre, sino que mira el corazón (1 Sam 16, 7), y tenemos el deber de cuidar nuestro interior, poniendo como centro lo ESENCIAL que nos llevará a la Verdad, porque es desde nuestro corazón desde donde podremos ver a Dios: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8).


Para la cultura semita el corazón es el centro de los sentimientos, de los pensamientos y de las intenciones de la persona humana. Nuestra condición humana nos hace cometer errores que pueden llevarnos al pecado. Es por ello que está en nuestra capacidad de discernimiento el poder comprender lo que es verdaderamente de Dios y lo que no.


A veces estamos tan ciegos que no vemos más allá de lo que ven nuestros ojos. Sólo desde la obediencia a Cristo y al Espíritu Santo, podremos ver con claridad, para alcanzar la gracia de que nuestro corazón sea sencillo y puro con la verdad que Dios nos da, comenzando con la limpieza del corazón corrigiendo nuestras faltas para alejar el espíritu malo, con la conversión, y así reencontrarnos con Dios en su Misericordia.

jueves, 23 de marzo de 2017

I Samuel 15 (Sofía 20/03/2017)


En el capítulo 15 del primer libro de Samuel se nos narra la Campaña del pueblo de Israel contra los amalecitas.

Yahvé ordena a Saúl, ungido como rey de Israel, aniquilar a todos los amalecitas junto con todo su ganado por haberles cerrado el paso a su salida de Egipto.

Saúl se pone en camino y aniquila a toda la población. Sin embargo, no obedece a Dios y, para complacer al pueblo, deja vivo a Agag, rey de los amalecitas, apresándolo junto con sus mejores ovejas y bueyes.

Esta acción provoca la ira de Yahvé, que se arrepiente de haberlo hecho rey. Samuel acude para comunicarle a Saúl la decisión de Yahvé de destituirlo como consecuencia de su falta de obediencia. Pero Saúl se defiende, justificando su acción, y explicando su intención de ofrecer en sacrificio a Yahvé: el botín conseguido.

Samuel lo deja claro: La obediencia y la docilidad interior a los mandatos de Yavhé valen más que todos los sacrificios y holocaustos.

Estas palabras provocan el arrepentimiento de Saúl, que pide a Samuel que lo perdone. Pero las palabras de Yahvé son rotundas: Saúl ha rechazado el mandato del Señor y Yahvé lo rechaza como Rey.   

El punto esencial de este capítulo lo marca la desobediencia de Saúl a los mandatos del Señor. Por buscar complacer al pueblo, olvida lo ordenado por Yahvé y se justifica con un argumento, que no siendo injusto, no se corresponde con la voluntad de Dios.

Yahvé no se ofende por la intención de Saúl de hacer un holocausto, sino por la falta de confianza en su palabra. Saúl ha demostrado con su desobediencia que no se fía de Dios, por eso no puede ser rey.

Como decía Santa Teresita de Lisieux: ¨Es la confianza, y nada más que la confianza lo que nos conduce al Amor”. Como Saúl, muchas veces buscamos apoyos, señales, garantías en nuestros méritos, nuestras cualidades y nuestro ambiente, sin darnos cuenta de que sin Dios no podemos hacer nada. Lo propio de la confianza es no apoyarse en nada más que en Él y en su Misericordia.  

Esta confianza en el amor de Dios nos lleva a la obediencia, a desear hacer su voluntad. Al contrarío que Saúl, Cristo, acepta en todo la voluntad del Padre, hasta redimirnos en el Sacrificio de la Cruz. Por eso sabemos que el acto de Amor más grande que podemos hacer, no es otro que obedecer a Cristo y al Espíritu Santo.

I Samuel 14 (Javier 13/03/2017)

El Arca de la Alianza había sido capturada por los filisteos y, en su lugar, el pueblo de Israel contaba con unos dados adivinatorios para consultar a Yahvé, y Él respondía por medio de un sí o de un no. 
Está bien contar con el Señor en nuestra vida, querer consultarle en cualquier decisión, pero más importante es hacia dónde van orientados nuestros planteamientos, si pedimos al Señor que se cumplan nuestros deseos o, más bien, si buscamos Su voluntad. La Palabra de Dios nos interpela a mirar nuestro corazón, no vaya a ser que esté duro y le falte humildad para confiar en el Señor y reconocer que Él sabe mejor que nosotros aquello que nos conviene. De lo contrario, nos alejamos de la gracia, vivimos según nuestros criterios, nos justificamos y pensamos engañados que nos bastan nuestras fuerzas, y así cada vez en una mayor ausencia de Dios. 
Nuestra batalla, por tanto, es frente al pecado. La victoria es segura si ofrecemos al Señor nuestra vida, lo cual es posible gracias al sacrificio perfecto de la Cruz, ya no el de animales. La sangre de Cristo derramada borra nuestras culpas y nos da la vida.

miércoles, 22 de marzo de 2017

I Samuel 12 (Mª Victoria 13/02/2017)


En el capítulo de hoy leeremos el discurso de Samuel dirigido a la asamblea de Israel. Este discurso significará el final de su etapa como juez, y, desde ese momento, su función principal será únicamente la de profeta, limitándose así a la intercesión ante Dios y a señalar los aciertos y errores de Saúl y del pueblo de Israel. Tras volver a advertirles de las consecuencias que traerá el haber preferido un rey terrenal por encima de Dios, Samuel invoca al Señor para recordar al pueblo de Israel su inmenso poder que queda reflejado por una tormenta de verano. Asustado, el pueblo de Israel pide a su profeta que interceda por ellos, y Samuel vuelve a pedirles que permanezcan fieles sólo a Dios.

Sin embargo, el centro de este pasaje de la Biblia no radica en la futura labor profética de Samuel, sino en la tentación, casi continua, que tiene el ser humano de una vida sin Dios. ¿Cuántas veces hemos pensado o se nos ha pasado por la cabeza que la vida sería mucho más fácil sin Él, que parece atarnos a tantas normas? Es cierto que la sociedad de hoy, al igual que el pueblo de Israel en ese momento, ha olvidado a Dios. Se le ha dado la espalda en el momento que el ser humano, en su arrogancia, lo ha considerado una carga inútil que, por tanto, lo único que hace es estorbar. De este modo, la humanidad comete nuevamente una de sus mayores injusticias para con Dios.

Frente a esta actitud, Samuel intercede por Israel ante Dios y les recuerda uno de los siete dones del Espíritu Santo: el Temor de Dios, es decir, que su bien radica en entregarse plenamente y con confianza sólo a Dios, y no a ningún poder terrenal, y les hace rememorar todas las ocasiones en que Dios les ha salvado a lo largo de su historia. No desplacemos, como los israelitas, a Dios del centro de nuestras vidas, y confiemos en el Señor, con “la alegría de un hijo que se ve servido y amado por el Padre” (Papa Francisco, 11 de Junio de 2014).

I Samuel 11 (Karl 06/02/2017)

El capítulo 11 del primer libro de Samuel narra el ataque de los amonitas sobre Yabés de Galaad. El ataque amonita es la ocasión que manifiesta que Saúl ha sido elegido por Yahvé. Saúl ha sido proclamado rey en Mispá (1 Sam 10,24) pero, como veíamos al final del capítulo anterior, no ha sido reconocido por todos (1 Sam 10, 27). Esta victoria es la culminación del itinerario regio de Saúl: unción secreta en el capítulo 9, reconocimiento público en el capítulo 10 y aclamación tras esta victoria.

En la historia del juez Jefté (Jue 11, 12ss) ya hemos visto las pretensiones de los amonitas sobre el territorio de las tribus transjordánicas. Ahora es el amonita Najás, que en hebreo significa “serpiente”, quien inicia el ataque. Ante esta amenaza, los de Yabés ofrecen un pacto de vasallaje. Un pacto de vasallaje normalmente obliga, sobre todo, a tributos y prestaciones personales, asegurando la soberanía. La propuesta del amonita de sacar a todos el ojo derecho es de una crueldad inútil, expresamente dirigida a la afrenta de todo Israel.

Ante semejante situación, Saúl recibe el espíritu de Dios y consigue su primera victoria: reunir a todos los de Israel “de modo que salieron como un solo hombre”. Con esta comunión que se produce por el sacrificio de los bueyes de Saúl, los hijos de Yahvé derrotan a aquellos guiados por la “Serpiente” (Najás) de tal manera que los supervivientes amonitas se desperdigaron “de modo que no quedaron dos juntos”.

Por ello, en la conciencia de Saúl y del pueblo, la salvación ha venido del Señor; la monarquía conserva el carácter de mediación humana.

Esta victoria es signo de esperanza para nosotros ya que la carne entregada y la sangre derramada en el sacrificio de Cristo en la cruz son comunión para los hijos de Dios. En ellos se derrama el Espíritu de Dios que nos permite vencer a la Serpiente. Y ahora esta monarquía ya no tiene el carácter de mediación humana porque nuestro Rey es el Señor.

I Samuel 9 (María F. 23/01/2017)


En la primera parte del capítulo 9 se narra el deseo del pueblo de Israel de tener un rey, a pesar de las advertencias de lo que esto implicaba. Los israelitas pidieron un rey, y Dios les concedió lo que pidieron, les dio a la persona que ellos querían.

¿No nos pasa a nosotros también, que a veces pedimos a Dios algo que no nos conviene? Si insistimos demasiado, a veces Dios nos lo da para que aprendamos una lección. Debemos pedir al Señor que nos enseñe a pedir al Padre como Él lo hacía. Y que toda petición vaya siempre acompañada del deseo de ver cumplida nuestra voluntad únicamente si es también la voluntad de Dios y para Su gloria.

La segunda parte del capítulo explica como Saúl estaba buscando las asnas perdidas de su padre y va a consultar a Samuel para que le oriente en su viaje. Cuando Saúl se encuentra con Samuel este le da a conocer la palabra de Dios y como él será el encargado de regir a su pueblo. No fue casualidad que Saúl se encontrara con Samuel en ese pueblo. Ése era exactamente el plan de Dios. 

Saúl estaba buscando a sus asnas perdidas, pero lo que encontró era algo mejor que eso. A veces nos preocupamos por cosas sin trascendencia, cuando Dios tiene planes más grandes para nuestra vida.

I Samuel 8 (Alberto 16/01/2017)


En este capítulo vemos cómo Samuel, tras muchos años sirviendo a Dios y a su pueblo, nombra a sus dos hijos jueces de Israel para que lo ayuden. Sin embargo, sus hijos no son como él y se dejan corromper fácilmente. Por ello, los sabios de Israel acuden a Samuel y le piden que nombre un rey para que los gobierne. Disgustado por la petición, Samuel consulta con el Señor, y éste le dice que atienda el ruego de su pueblo, pero que les advierta de los peligros que entraña tener un rey. Samuel así lo hace, pero ellos no atienden a razones, y Samuel, tras volver a consultar a Dios, acepta.

Una vez más, Israel olvida todo lo que Dios ha hecho por ellos a lo largo de su historia, y buscan a otro al que obedecer, que les gobierne y que luche por ellos en la guerra; en definitiva, lo mismo que veíamos que hacía el Señor por ellos en el capítulo anterior. Creen que un rey podrá librarles de sus enemigos, sin darse cuenta de que esa libertad es aparente. Y, sin embargo, Dios no se enfada con ellos, sino que atiende su ruego, aun sabiendo que, al final, acabarán lamentándolo, y, como sabemos, volverá a salvarlos, a pesar de todo.

También hoy vemos cómo la sociedad busca la libertad y la felicidad dando la espalda a Dios, sobre todo, cuando las cosas no van bien, y, al final, las personas acaban siendo esclavas del dinero, de las ideologías, de sus impulsos, de otras personas, etc. No olvidemos todo lo que Dios hace por nosotros día a día, y confiemos siempre en Él, que nos da la auténtica libertad y nos ama con locura.

I Samuel 7 (Paz 09/01/2017)


Hoy recordamos cómo el arca había sido devuelta al pueblo de Israel por los filisteos, pero después de bastante tiempo, vemos como siguen quejándose de sus desgracias porque Dios no está de parte de su pueblo.

Al sentirse desgraciados, los israelitas interpelan a Samuel, hombre admirado por ellos, y éste les contesta que no es suficiente tener el arca junto a ellos, ya que lo más importante, el corazón, no está con Dios, sino con otros dioses extranjeros.

Esta reflexión hace pensar al pueblo, que se arrepiente de sus pecados y así consigue que Dios vuelva a estar con ellos y los proteja.

Esta experiencia vivida por Israel nos puede hacer pensar en nuestra realidad, en la que nuestro corazón se aleja de Cristo por muchos motivos, pero si lo reconocemos y nos arrepentimos de verdad, volvemos a sentir esa alegría profunda y serena que sólo Dios puede darnos al estar cerca de Él.

I Samuel 6 (Karl 12/12/2016)

El capítulo anterior narra cómo, desde que el Arca de la Alianza había caído en manos de los filisteos, las ciudades que la albergan sufren desgracias. Ante el poder de Dios, los príncipes filisteos deciden devolver el Arca a Israel. El capítulo 6 del primer libro de Samuel comienza con la consulta de los filisteos a sus sacerdotes y adivinos acerca de cómo realizar la devolución. Estos se muestran
conocedores de la historia de Israel, de cómo la mano fuerte de Dios libró a su pueblo del poder de Egipto, y aconsejan no obrar como el faraón.

Este capítulo se centra en los actos de los filisteos. En capítulos anteriores han tratado de ser dueños de Dios, en lugar de sus siervos, llevando el arca de una ciudad a otra y poniéndola al lado de sus dioses. Ahora, por fin, se dan cuenta de que el lugar que corresponde a Dios no es un lado sino el centro y obedeciendo a sus sacerdotes deciden “dar gloria al Dios de Israel” (1) presentando una
compensación y caminando detrás del Arca, guiados por ella y no pretendiendo ser sus guías.

El Arca de la Alianza es el signo de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo. La nueva Alianza se lleva a cabo en Jesucristo. Dado que María lo llevó en su seno, la llamamos, en las letanías del rosario, Arca de la Nueva Alianza. Ella es modelo y ejemplo de cómo dejar que Dios se sitúe en el centro de la vida y la dirija. Así, frente a las desgracias acaecidas sobre los filisteos por portar el Arca de Dios como sus dueños, María, que es su madre, es la llena de gracia por llevar a Dios como su sierva.

La compensación con la que los filisteos envían de vuelta el Arca consiste en figuras de oro de los males que padecieron por apoderarse de ella (tumores y ratas). Algo similar a lo que ocurrió cuando el pueblo de Israel se reveló en el desierto contra Dios y sufrió las mordeduras de las serpientes: Moisés, obedeciendo a Dios, levantó en un estandarte una serpiente de bronce y los que la
miraban quedaban curados de la mordedura (2). Así también esperan los filisteos quedar sanos ofreciendo figuras en oro, que permanece y no se oxida, de sus males. Así también nosotros, que hemos conocido que el Eterno (prefigurado por el oro) se hizo tiempo en las entrañas de la Virgen, sabemos que, no habiendo cometido ningún mal, experimentó en sus propias carnes los frutos del pecado (en la pasión) y, en palabras del profeta, “desfigurado, no parecía hombre, ni tenía
aspecto humano” (3), fue alzado así en el estandarte de la cruz y por Él hemos sido salvados.

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(1) 1 Sam 6, 5
(2) Núm 21, 4-9
(3) Is 52, 14

I Samuel 4 (María F. 28/11/2016)


En el Capítulo 4 de Samuel, los israelitas salieron a luchar contra los filisteos sin consultar a Samuel, y este hecho condujo a su derrota. Luego se llevaron el arca del pacto a la batalla creyendo que su presencia les daría la victoria. Esto revela el paganismo supersticioso del pueblo, que creyó que había algún mérito en el objeto mismo. El mérito y poder sólo están en la presencia y en la persona de Dios. En la segunda batalla el Arca fue capturada; y murieron los hijos de Elí, Ofni y Finees. Elí, al oír las noticias, cayó hacia atrás y murió.

Esta parte de las Escrituras nos revela la superstición de Israel y lo lejos que se encontraban de Dios. Nos muestra cuán fuerte era su sentimiento de autosuficiencia y su egoísmo. Israel, sin consultar a Samuel salió a luchar contra los filisteos. Y, ¿qué sucedió? Fueron derrotados. ¿Qué les faltó? Ellos creyeron que quizá debieran haber llevado el arca con ellos a la batalla. Pero aquel arca o cofre no tenía ningún mérito o poder propio porque Dios no estaba en el arca. No se puede meter a Dios en un cofre. El mérito y el poder sólo se encuentran en la presencia y en la persona de Dios. Esto puede tenerse en cuenta también hoy. Habrá métodos o sistemas más o menos eficaces desde un punto de vista humano. Pero desde un punto de vista espiritual, tales procedimientos, como el trabajo frenético, el voluntarismo, y el activismo, por sí mismos, no garantizan en manera alguna la aprobación o la bendición de Dios. Porque solo la presencia y el poder de Dios pueden producir una auténtica bendición.

Una de las tristes realidades de este relato es que el Arca, símbolo de la presencia de Dios, se había apartado de aquel pueblo. Pero la verdad era que el pueblo se había alejado primero de Dios, de Su Palabra, y de Su voluntad. El capítulo finaliza con un mensajero que trajo las malas noticias de una derrota memorable y de la muerte de muchos. Dios nos trae esta lección de la historia para que recordemos que el Dios lejano, lejano con respecto al pecado, la maldad y la perversidad humana, es al mismo tiempo el Dios cercano que envió a Su Hijo, quien vino a esta tierra a buscar y a salvar a quienes, al alejarse de Él se habían perdido, entregando Su vida en la cruz.

I Samuel 2 (Michelle 14/11/2016)


En el capítulo de hoy encontramos dos partes: El Cántico de Ana y el pecado de los Hijos de Elí.

La semana pasada comenzábamos con la historia de Samuel, nacido de una mujer estéril, Ana, a quien Dios le concede la gracia de ser madre después de muchas oraciones a cambio de consagrar a su hijo para servirle todos los días de su vida. Es por ello que Ana quiere dar gracias al Señor, entonando un cántico de carácter profético y mesiánico, expresando la alegría que ella siente porque Dios se apiadó de ella.

El cántico de Ana es un canto de alegría, es una acción de gracias. Reconoce que todo está en manos de Dios, bajo su control. Dios es soberano, para Él nada es imposible: Él es el director de nuestras vidas. Por ello, la gratitud de Ana nos recuerda que debemos ser pacientes y entender que Dios tiene preparado un plan para cada uno, que siempre es para bien. Porque, como exhorta el Papa Francisco en la encíclica Evangelii Gauidum (n.273):Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”. Dios nos escucha en cada una de nuestras oraciones. Pero tan importante es rezar, como lo es también dar siempre GRACIAS.

San Pablo nos recuerda en 1 Tesalonicenses  (5, 18) que debemos dar gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros. Cuando éramos niños, nos enseñaron a dar gracias, y es que es de bien nacidos ser agradecidos, porque de esta manera nos mostramos pobres, humildes, y más unidos a Dios cuando nos concede nuestras peticiones según su voluntad.

Samuel, ya al servicio de Yahvé, crece con el sacerdote Elí, quien bendice a Elcaná y a Ana para que Dios les conceda descendencia como respuesta a la consagración de su hijo. Y así fue: tuvieron tres hijos y dos hijas.

Elí era muy anciano y tenía dos hijos también sacerdotes: Jofní y Pinjás. Mientras Samuel crecía espiritualmente al lado de Elí, Jofní y Pinjás, no conocían a Dios, eran hombres corruptos, cometían pecado y se honraban a sí mismos antes que al Señor. Los hijos de Elí son el ejemplo actual de una generación que nació en la Iglesia, como muchos cristianos que fueron bautizados pero ya no reconocen a Dios, están lejos de Él, abandonan su Fe mirando hacia otro lado y prefieren las comodidades.

Elí intentó corregir a sus hijos, pero no perseveró ante su indiferencia. No supo transmitirles el temor de Dios ni enseñarles el camino de Dios. Pero el Señor, que es misericordioso, no manda juicio sin antes hacer una advertencia. Ante la pasividad del sacerdote por la actitud de sus hijos, Dios llama la atención a Elí para que se arrepienta, no directamente a sus hijos, si no a él como patriarca responsable de lo que sucede en su familia.

El capítulo 2 es un contraste entre la gratitud aceptando la voluntad de Dios, y la pasividad ante el desprecio a sus ofrendas; de una madre que consagra su hijo al Señor, a un padre que honra a sus hijos antes que a Dios. En otras palabras, es importante comprender la bendición de honrar a Dios, darle GRACIAS, y complacer al Señor antes que a uno mismo y a los demás, sin permanecer pasivos dando a conocer su Palabra, ya que Él es nuestro centro: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

I Samuel 1 (Sofía 07/11/2016)

Los dos libros de Samuel que hoy empezamos comprenden la historia de Israel desde el nacimiento de Samuel hasta el fin de la vida pública de David, abarcando un período de cerca de cien años. Tienen como punto central la fundación y el desarrollo del reino de Israel, donde la monarquía se presenta como una necesidad humana de organización, pero que recibirá severas críticas por no haber tenido en cuenta ni la soberanía ni la voluntad de Dios.
La historia de Samuel, con la que comienza el libro nos permite conocer las circunstancias que llevaron al establecimiento de la monarquía.
En este primer capítulo se nos narran los padecimientos de Ana, la primera esposa de Elcaná, hombre piadoso de Israel. Ana estaba privada de descendencia y obligada a soportar las burlas de Feniná, segunda esposa de Elcaná, que sí tenía hijos. En aquella época era una humillación no tener hijos, porque se consideraba un castigo de Dios por alguna culpa.
Elcaná acudía anualmente a Siló, donde estaba por aquel tiempo el santuario nacional al que concurría el pueblo en peregrinación para ofrecer sacrificios y adorar a Yahvé. Allí pide en su angustia al Señor que le dé un hijo y hace voto de que, en caso de nacimiento de un hijo varón, lo entregaría a Dios.
Mientras oraba se encuentra con Elí, Sacerdote de Siló, quien, tras un malentendido le asegura que su súplica será atendida por Yahvé. Así, Ana da a Luz un hijo, Samuel, al que deja siendo niño en el santuario del Sacerdote Elí, tal y como había prometido en su oración.
Ana, con esa Fe y esa confianza en Dios, nos invita a orar, convencidos de que Dios es capaz de cualquier cosa, porque es el Señor.
Como dice el Papa Francisco “la oración hace milagros e impide que el corazón se endurezca”.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Rut 4 (Victoria 31/10/2016)

En este cuarto y último capítulo del libro de Rut se nos narra la concesión de la ley del levirato, recordemos que Booz no era el pariente más próximo al que correspondía redimir las propiedades de Elimélec. Por este motivo, Booz busca a ese pariente con intención de preguntarle, en presencia de los ancianos del lugar, si está dispuesto o no a actuar como goel de Noemí y Rut. Éste declina hacerlo y como muestra de esta decisión le entrega su calzado a su pariente. Con esta acción, Booz puede asumir la responsabilidad de adquirir las posesiones de Elimélec tomando finalmente a Rut
como esposa. De este matrimonio nacerá un hijo varón al que llamarán Obed.

Como bien nos muestra Rut con su ejemplo, sólo cuando se confía plenamente en el Señor es cuando es posible la acción del Espíritu. Ella, dejando atrás a toda su familia en Moab para cuidar de su suegra Noemí, se convierte en la bisabuela de uno de los personajes más importantes de la historia judía: el rey David.

Así finaliza este breve libro de la Biblia en el que se nos presenta de una manera clara y concisa el elemento primordial que sustenta la vida de todo cristiano: la confianza plena en el Señor y en su acción providencial en nosotros. Es precisamente esto lo que Jesús nos quiere hacer entender cuando nos anima a confiar plenamente en el Padre, como bien recoge el evangelista Mateo:
“No os angustiéis por vuestra existencia, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, cómo vestiréis; ¿no vale la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad a las aves de cielo, que no siembran, ni siegan, ni reúnen en los graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta: ¿no valéis vosotros más que ellas? […] Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt, 6, 25).

Rut 3 (María H. 24/10/2016)


Noemí había enviudado, y sus dos hijos habían muerto sin descendencia. Perder marido e hijos es una desgracia para cualquier persona. Pero en la sociedad israelita al sufrimiento de perder a los seres queridos se añadían otros dos: el de la pobreza material, al dejar de tener ingresos el hogar, y el hecho de no perpetuar la estirpe.


La escasez de comida se había solucionado en el anterior capítulo, al menos mientras durara la cosecha, gracias a la ayuda de Booz, pariente del marido de Noemí.

En este capítulo, se atiende al otro problema. Noemí es ya mayor, es consciente de que no tendrá más
hijos biológicos, y así se lo había hecho saber a sus nueras. Ellas eran jóvenes, sí que podían haber encontrado otros maridos, al no tener cuñados con los que perpetuar la estirpe de sus esposos (recordemos que la ley de Moisés mandaba que si un hombre moría sin hijos, su hermano debía casarse con la viuda para dar descendencia al fallecido, por la denominada “Ley del Levirato”. Esta ley, curiosamente, se encuentra recogida en el Deuteronomio casi seguida a la ley que obligaba a no recoger lo caído en la cosecha para que los pobres pudieran alimentarse con ello [capítulos 24 y 25]).

Pero Rut, en lugar de irse, sigue al lado de Noemí, trasladándose con ella a Belén y dejando atrás “su pueblo y su casa paterna”, expresión que acabamos de leer en el salmo 44.

Noemí sabe que su situación es precaria, y cuando la cosecha va a terminar, habla con Rut para que se case con Booz, a lo que Rut accede para dar descendencia a su marido y a su suegro.

Mientras aún duran los trabajos del campo, Rut espera el mejor momento para hablar con Booz, y se acicala para pedirle matrimonio, aunque a Booz lo que le atrae de la joven no es su belleza, sino el amor que siente ella hacia su familia. Admirado, está dispuesto a aceptarla como esposa.
Sin embargo, sabe que hay otro pariente más cercano a Noemí, y es este otro pariente el que tiene derecho a casarse con Rut.

A pesar de ello, Booz sigue proporcionando alimento a las viudas para que subsistan después de terminada la cosecha, cuando Rut ya no puede seguir recogiendo el grano que va cayendo; mientras, Booz va a aclarar la situación con el otro pariente de Noemí.

(De forma similar a la protagonista del salmo, “A cambio de sus padres, tendrá hijos, que nombrará príncipes por toda la Tierra”. En Rut se cumple este salmo, ya que dejó “su pueblo y la casa paterna”, y acabaría teniendo un hijo que a su vez es el abuelo del rey David.)