La primera parte de este capítulo 4 del libro de la Sabiduría continua alertándonos del destino de los justos y del de los impíos, poniendo de manifiesto, al igual que en el capítulo anterior, la inquebrantable fidelidad de Dios hacia los primeros y la ruina de los segundos.
Desde el primer versículo: “más vale no tener hijos y tener virtud” queda clara la prevalencia de la obediencia a Dios frente a cualquier otro bien que se pueda alcanzar en este mundo.
Utiliza el tema de la fecundidad, tan importante para los judíos en el Antiguo Testamento, para advertirnos de que ninguna aspiración humana, por muy bien intencionada que sea, es beneficiosa para el hombre si no es conforme a la voluntad de Dios.
Por eso es fundamental la oración constante y el discernimiento, para evitar que los propios deseos y afanes, que no siempre son voluntad de Dios, nos impidan ponernos a su servicio buscando siempre lo que le agrada.
En la segunda parte del capítulo se trata el tema de la muerte prematura, incomprensible y trágica para los que no siguen a Dios. En contraposición a esta opinión de los impíos, el autor del libro ve la muerte precoz del justo como una bendición de Dios que lo pone a salvo de la maldad de este mundo. Pues, afirma, la meta del hombre no es una existencia larga sino llena de obras agradables a Dios; de esta forma alcanzará la salvación y recibirá la vida eterna.
Muchos de los grandes santos que sirvieron a Dios tuvieron una vida corta, como es el caso de Santo Domingo Savio, que murió con tan solo 14 años. Aunque su paso por este mundo fue breve, estuvo marcado por el constante deseo de complacer a Dios y ser santo como demuestra una de sus frases más conocidas: “Antes morir que pecar”.
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