En este capítulo vemos
cómo Samuel, tras muchos años sirviendo a Dios y a su pueblo, nombra a sus dos
hijos jueces de Israel para que lo ayuden. Sin embargo, sus hijos no son como
él y se dejan corromper fácilmente. Por ello, los sabios de Israel acuden a
Samuel y le piden que nombre un rey para que los gobierne. Disgustado por la
petición, Samuel consulta con el Señor, y éste le dice que atienda el ruego de
su pueblo, pero que les advierta de los peligros que entraña tener un rey.
Samuel así lo hace, pero ellos no atienden a razones, y Samuel, tras volver a
consultar a Dios, acepta.
Una vez más, Israel
olvida todo lo que Dios ha hecho por ellos a lo largo de su historia, y buscan
a otro al que obedecer, que les gobierne y que luche por ellos en la guerra; en
definitiva, lo mismo que veíamos que hacía el Señor por ellos en el capítulo
anterior. Creen que un rey podrá librarles de sus enemigos, sin darse cuenta de
que esa libertad es aparente. Y, sin embargo, Dios no se enfada con ellos, sino
que atiende su ruego, aun sabiendo que, al final, acabarán lamentándolo, y,
como sabemos, volverá a salvarlos, a pesar de todo.
También hoy vemos cómo
la sociedad busca la libertad y la felicidad dando la espalda a Dios, sobre
todo, cuando las cosas no van bien, y, al final, las personas acaban siendo
esclavas del dinero, de las ideologías, de sus impulsos, de otras personas,
etc. No olvidemos todo lo que Dios hace por nosotros día a día, y confiemos
siempre en Él, que nos da la auténtica libertad y nos ama con locura.
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