Si bien los primeros
capítulos ponían de manifiesto a los justos en su búsqueda de Dios, huyendo del
pecado, así como la vida de los impíos y sus persecuciones a los justos, en el
capítulo 3 vemos dos contrastes entre la suerte de los justos y los impíos.
El primer contraste nos compara cuál será el
premio de los justos frente al castigo a los impíos, pues mientras los primeros son vejados y
oprimidos, los segundos se entregan a toda clase de placeres y pecados.
Este fragmento suele ser una de las lecturas en
las misas funerales, donde se recalca que la muerte no es el final del camino y
que la vida no termina para aquellos que confían en el Señor en su vida
terrenal, pues ahora están en manos de Dios. Este capítulo del Antiguo Testamento también nos revela el mensaje que Jesús dio en el Monte de las Bienaventuranzas
a sus discípulos en el Nuevo Testamento, para dar Fe y recompensar a aquellas
personas que mantienen una buena conducta, basadas en la humildad y el amor al
prójimo, frente a la imposición y la fuerza, para alcanzar la Vida Eterna en el
Reino de los Cielos. También el Cántico de la Virgen María del Magníficat, quien
representa la pureza y la humildad, revela su visión reconociendo la
providencia de Dios en el mundo: “Dispersa
a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes”. Y como último punto de este contraste, el libro de la Sabiduría hace
referencia al final de los tiempos, al día del Juicio Final del Apocalipsis,
donde los impíos serán castigados al fuego, y los justos alcanzarían la
inmortalidad y Salvación en la Jerusalén Celestial, la Ciudad Santa.
El segundo contraste nos adelanta parte del capítulo 4, donde se premia la esterilidad con virtud frente a
la fecundidad con maldad.
En el Antiguo Testamento la esterilidad se
consideraba como deshonra o castigo, y la fecundidad era señal de bendición
divina. Pero en esta perícopa, la fecundidad no se reduce a la fecundidad biológica, pues a la mujer estéril pero fiel
a Dios se le atribuye una fecundidad espiritual, que dará fruto en el juicio
de los justos.
En este fragmento también se juzga la suerte de
los adúlteros, a los hijos de uniones ilegítimas y cuál será el castigo de los
que optaron por el pecado y no fueron fieles, entendida como infidelidad a
Dios, así como las consecuencias que sufrirían sus descendientes.
También, sobre la fecundidad, Jesús cambia
nuestra mirada. A la mujer que, al verle, le dice: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron»,
él responde: «Mejor, bienaventurados los
que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11, 28).
En resumen, todos seremos juzgados
al final de los tiempos y nuestro estilo de vida cristiano debe ser humilde
siendo, sobre todo, fieles a Dios como bautizados a ejemplo de la Virgen María.
Y aunque en los tiempos que corren, en un mundo pagano, y en medio de las
dificultados ser cristiano no es fácil, debemos llevar nuestra vida como
discípulos a través de las Bienaventuranzas, reconociendo también nuestros
errores y corrigiéndolos a través del sacramento de la confesión, y sin olvidarnos
del alimento principal que sostiene la fidelidad de Dios: la oración y la
Palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario