En el
capítulo de hoy encontramos dos partes: El
Cántico de Ana y el pecado de los
Hijos de Elí.
La
semana pasada comenzábamos con la historia de Samuel, nacido de una mujer
estéril, Ana, a quien Dios le concede la gracia de ser madre después de muchas
oraciones a cambio de consagrar a su hijo para servirle todos los días de su
vida. Es por ello que Ana quiere dar gracias al Señor, entonando un cántico de
carácter profético y mesiánico, expresando la alegría que ella siente porque
Dios se apiadó de ella.
El
cántico de Ana es un canto de alegría, es una acción de gracias. Reconoce que
todo está en manos de Dios, bajo su control. Dios es soberano, para Él nada es
imposible: Él es el director de nuestras vidas. Por ello, la gratitud de Ana
nos recuerda que debemos ser pacientes y entender que Dios tiene preparado un
plan para cada uno, que siempre es para bien. Porque, como exhorta el Papa
Francisco en la encíclica Evangelii
Gauidum (n.273): “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso
estoy en este mundo”. Dios nos escucha en cada una de nuestras oraciones.
Pero tan importante es rezar, como lo es también dar siempre GRACIAS.
San
Pablo nos recuerda en 1 Tesalonicenses
(5, 18) que debemos “dar gracias en todo, porque esta es la
voluntad de Dios para con vosotros”. Cuando éramos niños, nos enseñaron
a dar gracias, y es que es de bien nacidos ser agradecidos, porque de esta
manera nos mostramos pobres, humildes, y más unidos a Dios cuando nos concede
nuestras peticiones según su voluntad.
Samuel,
ya al servicio de Yahvé, crece con el sacerdote Elí, quien bendice a Elcaná y a
Ana para que Dios les conceda descendencia como respuesta a la consagración de
su hijo. Y así fue: tuvieron tres hijos y dos hijas.
Elí era
muy anciano y tenía dos hijos también sacerdotes: Jofní y Pinjás. Mientras Samuel crecía espiritualmente al lado de
Elí, Jofní y Pinjás, no conocían a Dios, eran hombres corruptos, cometían
pecado y se honraban a sí mismos antes que al Señor. Los hijos de Elí son el
ejemplo actual de una generación que nació en la Iglesia, como muchos
cristianos que fueron bautizados pero ya no reconocen a Dios, están lejos de
Él, abandonan su Fe mirando hacia otro lado y prefieren las comodidades.
Elí
intentó corregir a sus hijos, pero no perseveró ante su indiferencia. No supo
transmitirles el temor de Dios ni enseñarles el camino de Dios. Pero el Señor,
que es misericordioso, no manda juicio sin antes hacer una advertencia. Ante la
pasividad del sacerdote por la actitud de sus hijos, Dios llama la atención a
Elí para que se arrepienta, no directamente a sus hijos, si no a él como
patriarca responsable de lo que sucede en su familia.
El
capítulo 2 es un contraste entre la gratitud
aceptando la voluntad de Dios, y la pasividad
ante el desprecio a sus ofrendas; de una madre que consagra su hijo al Señor, a
un padre que honra a sus hijos antes que a Dios. En otras palabras, es
importante comprender la bendición de honrar a Dios, darle GRACIAS, y complacer
al Señor antes que a uno mismo y a los demás, sin permanecer pasivos dando a
conocer su Palabra, ya que Él es nuestro centro: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario