El Libro de la
Sabiduría es un escrito del Antiguo Testamento compuesto en griego posiblemente
en Alejandría de Egipto, cerca de la era cristiana.
Este libro nos
propone fundamentalmente tres recorridos de pensamiento teológico: 1) la
inmortalidad bienaventurada para el justo (Cf. capítulos 1-5); 2) la sabiduría
como don divino y guía de la vida (Cf. capítulos 6-9); y 3) la historia de la
salvación (Cf. capítulos 10-19).
Salomón vivió
diez siglos antes del autor inspirado del Libro de la Sabiduría pero, sin
embargo, ha sido considerado como el iniciador y artífice de toda una reflexión
sapiencial posterior. La oración en forma de himno, puesta en sus labios, es
una invocación solemne dirigida al «Dios de los padres y Señor de la
misericordia» (9,1) para que conceda el don preciosísimo de la sabiduría.
Podríamos
seguramente decir que este primer capítulo queda resumido en el versículo que
lo inicia. Estaréis de acuerdo conmigo en que el corazón de todo hombre anhela
justicia, verdad, bien, belleza… pero sin la sabiduría se encuentra perdido,
sin luz que lo guíe en sus decisiones, en sus opciones de cada día. Se trata de
una sabiduría que va más allá de nuestra inteligencia o habilidad, es la
participación en la mente de Dios.
Los Padres de
la Iglesia, siguiendo a San Pablo, han identificado en Cristo la Sabiduría de
Dios. Salomón, considerado el rey más justo y sabio, es una prefiguración de
Jesucristo.
Tenemos la
experiencia de ver frustrados, en muchas ocasiones, los nobles deseos de
nuestro corazón. La muerte de los que amamos, el justo despreciado, el inocente
condenado… son impotencias que claman al cielo y esperan respuesta.
En efecto, en
Cristo se cumplen las palabras de la Escritura, la justicia vence a lo que la
frustraba, la muerte y el pecado.
Queda una
advertencia fundamental. El justo sólo puede buscar a Dios con sencillez y
humildad, confiando en su bondad providente y obrando rectamente. No hay otro
camino, no nos engañemos, todo lo demás es de impíos y necios que van hacia la
muerte. ¡Ánimo! No nos cansaremos de repetir que es Dios el que sale a nuestro
encuentro, que Él se interesa por nosotros, que está siempre atento como el
buen esposo a su amada. ¡Perseveremos en fidelidad para ser santos, con
decisión y entrega en la batalla de la vida!
Os animo a
escuchar este pasaje de la Escritura, con los oídos atentos, la mente despejada
y el corazón bien dispuesto a recibir al Señor.
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