A lo largo de la lectura del Libro de la
Sabiduría hemos sido partícipes de varias reflexiones del autor, como la
naturaleza y los frutos de la misma, o de su importancia para el destino del hombre,
entre otras cosas.
En este décimo capítulo, presenciaremos el inicio de una
nueva reflexión, esta vez destinada a resaltar la labor de la Sabiduría en la
historia del pueblo de Dios. Comienza así recordando a Adán, el primer hombre
de la Creación; a Noé, que siguiendo la voluntad del Padre, creó un arca para
salvarse del diluvio; a Abrahán, Padre la Fe; a Lot que, al contrario que su
mujer, abandonó obediente la ciudad de Sodoma; a Jacob a quien el Señor amparó,
protegió y bendijo; a José que rechazando la tentación y el pecado alcanzó el
reconocimiento del Faraón gracias a su capacidad para interpretar los sueños; y
finalmente a Moisés, el Santo Profeta que, al servicio del Padre, liberó al
pueblo de Israel de la esclavitud.
De este modo, el autor refleja cómo la
Sabiduría siempre acompaña al hombre justo (zaddik[1]), es decir, al
hombre fiel y bendito que al confiar plenamente en el Señor vive y aprende a
comprender internamente la Palabra de Dios.
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