domingo, 3 de mayo de 2015

Jueces 7 (Javier 27/04/2015)




Este capítulo séptimo del libro de los Jueces nos narra un episodio bélico del pueblo de Israel contra Madián. En el fondo se trata de como el hombre sin Dios no puede nada.
El Señor nos pide que nos fiemos de Él, que es paciente. Esto lo podemos ver muy bien en el pasaje que meditamos esta tarde.
Yahvé pide a Gedeón que reduzca el número de sus soldados, tanto que al final acaban siendo menos de cien veces los que había dispuesto Gedeón inicialmente, algo que a todos nos podría parecer absurdo, así como curioso que Gedeón no presente dudas al respecto. Dios sabe cómo hace las cosas, y cuando somos humildes y nos despojamos de nuestras seguridades mundanas nos muestra como Él puede todo, superando las posibilidades de nuestros criterios, que son de escasa perspectiva (tengámoslo siempre presente).
 Asimismo, el Señor conoce y comprende nuestra tendencia a ser desconfiados y no deja de mostrarnos con ternura su paciencia vez tras vez. Esto lo encontramos cuando Yahvé invita a Gedeón en medio de la noche a acercarse al campamento enemigo para que compruebe la veracidad de Su palabra, y puede escuchar como un vecino de Madián interpreta un sueño suyo como una victoria de Israel.
No sólo en los medios sorprende el Señor, también nos desconcierta en cómo Israel toma Madián: con un toque de cornetas y antorchas encendidas que lleva al pánico a sus habitantes, de tal manera que entre ellos se matan o huyen, y no es con la espada o en el cuerpo a cuerpo, como seguramente nos cabría esperar. El resto de soldados israelitas que no rodearon el campamento persiguen y capturan a los dos jefes de Madián, que terminan siendo ejecutados. Así, la victoria es del Dios de Israel, que tiene todo en cuenta y no se olvida de nada ni de nadie, porque sus planes son perfectos.
En definitiva, fiémonos en todo momento del Señor. Tanto en la flaqueza como en la fortaleza, Él nos sostiene. En el mensaje del Papa Francisco para la 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos dice: "Responder a la llamada de Dios es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y felicidad".

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