domingo, 22 de marzo de 2015
Jueces 3 (Javier 03/02/2015)
En el capítulo tercero comienza la historia de los Jueces del pueblo de Israel, hombres a los que Dios fortaleció para practicar la justicia y, sobre todo, gobernar a los israelitas a modo de caudillos.
Poner el corazón en cosas que no son Dios trae consigo la infidelidad. Creer que nos bastamos por nosotros mismos es un gran acto de soberbia, y Dios nuestro Señor nos quiere totalmente para Él y a Su manera. Pensamos a menudo que la felicidad consiste en la ausencia de problemas, y deseamos vivir en la comodidad, sin dificultades, como si el euromillones fuera a resolverlo todo. Pero esto, hermanos, es un engaño. Sólo siendo fieles al Señor viviremos en paz. Cualquier cruz de la vida, tomada libremente o no (como la enfermedad), será para nuestra felicidad como consecuencia lógica del seguimiento de Cristo.
Chesterton decía que sólo los vivos nadan contracorriente porque a los muertos les lleva la corriente. Los israelitas caen repetidas veces en el engaño de dejarse llevar y aceptan lo más fácil, que es no luchar contra el enemigo. Cuando ven la esclavitud son derrotados, de nuevo por creer ingenuamente que nos valemos por nuestras fuerzas. Así nos pasa a nosotros.
Pero qué gran misericordia la de nuestro Dios que no nos abandona y, por medio de su gracia, llama a juez tras juez a liberar a los israelitas de la opresión, porque sí, entre juez y juez volvían a las andadas. Utiliza la astucia en el juez Ehúd, por ejemplo, para acabar con Eglón, rey de Moab, y hasta con cierto toque cómico que bien nos podría recordar a alguna película.
Nosotros también recibimos la fuerza del Señor y Su gracia, para hacer bien nuestro trabajo o el estudio, pero en particular para ser testigos. Nuestra conducta en el mundo tiene que ser diferente. Ciertamente nuestra vida tiene que ser claramente distinta a la de un pagano de hoy, aunque esté bautizado. No sólo no podemos adorar otros dioses, como hoy serían las ideologías (cualquiera, pues la política no va salvar al hombre), el materialismo, la apariencia, el cuerpo, el dinero... los de siempre. También, como los jueces del pueblo de Israel sobre los que leeremos hoy en el capítulo 3, estamos llamados a comunicar la Verdad, que es el mismo Jesucristo, cuando el prójimo vive con indiferencia, porque si le amamos le corregiremos con paciencia y caridad pero no podemos callar siempre por un supuesto respeto. El Espíritu Santo nos inspirará el gesto y las palabras, o el silencio si corresponde. Nuestras obras tienen que ir en consonancia con la fidelidad que debemos al Señor, dejando que sea el centro de nuestras vidas empezando por lo rutinario. Nosotros hemos recibido mucho más, empezando porque los israelitas ni soñarían con poder adorar al Señor en Su presencia como estamos haciendo esta tarde. Su misericordia es manifestada en la cruz y en la remisión de los pecados cada vez que Le abrimos el corazón en el sacramento de la Penitencia.
Por último, quería citar al P. Cantalamessa, predicador de la Casa Pontifica, para esta Cuaresma, muy oportuno, en mi opinión, en relación al texto de la Palabra de Dios que meditamos hoy, "Invito a cada cristiano a tomar la decisión de dejarse encontrar por Cristo".
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