Retomamos la
lectura del libro de Josué donde la dejamos el curso pasado, pero antes de
tratar el capítulo 9, he creído oportuno hacer un poco de memoria.
Josué es
designado sucesor de Moisés. Hasta ahora hemos visto cómo los israelitas se
preparaban para la conquista de la tierra prometida, para lo que Yahvé promete
a Josué su auxilio si cumple la Ley. Seguidamente, Josué manda dos espías a
Jericó, y son acogidos por Rajab (una prostituta, temerosa de Dios). Los
israelitas cruzan el Jordán y toman Jericó después de que sus muros se vinieran
abajo por el toque de las trompetas. En el asalto Acán desobedece a Yahvé al
guardarse para él un botín de metales preciosos, con lo que toda la comunidad
queda manchada, y no es purificada hasta que Acán es apedreado después de confesar
su pecado. Entonces Yahvé vuelve con israelitas y toman Ay.
Ya en la
lectura del capítulo 9 de Josué, mientras que los pueblos próximos se alían
temiendo a los israelitas, los gabaonitas, conocedores de lo sucedido en Ay y
en Jericó, deciden acercarse al pueblo de Israel. Sus ciudades en realidad están
cerca pero consiguen hacer creer a Josué que vienen de tierras lejanas. Los
israelitas juran ante Yahvé la paz con los gabaonitas y cuando descubren el
engaño salvan su vida para no romper el juramento.
En el
versículo 14 de este capítulo se dice: “sin haber consultado el oráculo de
Yahvé”. Esto parece un toque de atención a nuestra vida, es una llamada a hacer
al Señor partícipe, aún más, protagonista, en nuestras decisiones para que no
nos equivoquemos. “¿Señor, qué quieres que haga?”, decía San Francisco de Asís.
A menudo nos pasa como a los israelitas, que nos toman el pelo, a veces es el
diablo que nos lleva a tropezar, o algunas personas que nos persuaden para
alejarnos de Dios y de manera muy astuta, como los gabaonitas.
Pongamos
nuestra vida, desde las grandes decisiones hasta las cosas más pequeñas de cada
día, en manos del Señor. Y no tengamos miedo, Él está siempre con nosotros.
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