Gabaón
es una ciudad grande, llena de habitantes valientes, pero, como relataba el
capítulo anterior, prefieren aliarse con Israel a enfrentarse a él, y,
convirtiéndose en siervos, salvaron su vida. Su ejemplo nos invita a no
creernos los mejores, y a buscar la ayuda de los demás, de Dios y de su pueblo,
que es su Iglesia.
Al
saber de esta alianza, los demás pueblos de la zona sienten miedo, pero en vez
de buscar la paz, los reyes amorreos se alían contra Israel, y también contra
los gabaonitas, por haberse sometido a Israel. De la misma forma, los
cristianos encontraremos a muchos en contra de nosotros, pero, como dijo Dios a
Josué, no debemos temerles.
Efectivamente,
Israel gana la batalla: los amorreos huyen y sus reyes se esconden en una
cueva, mientras que los israelitas volvieron sin daños.
Los
reyes fueron localizados y encerrados en la propia cueva, cubriendo la entrada
con una piedra y dejando vigilancia mientras proseguía la batalla. Ellos, que
se habían fiado de sus propias fuerzas, más tarde serían pisoteados y
ejecutados. El que se enaltece, será humillado, y el que se humilla, será
enaltecido (Mt, 23,12).
Durante
la huida de los amorreos, Dios envió pedrisco sobre ellos, causando más bajas
que en la propia batalla. Temiendo que los pocos amorreos supervivientes
lograran reorganizarse por la noche y atacar el día siguiente, Josué rezó
pidiendo que se parara el sol; y pudieron consumar su victoria.
De
esta forma, Dios manifiesta su omnipotencia y su predilección por el pueblo de
Israel, al que ayuda tanto con sucesos naturales (la granizada) como
sobrenaturales (parar la trayectoria del sol).
No hay comentarios:
Publicar un comentario