En el capítulo 5 de Josué
nos encontramos con la circuncisión de los Israelitas. Israel no había
practicado la circuncisión durante su viaje por el desierto y ahora Yahvé se lo
manda a Josué. Su significado no radicaba en que fuera deseable por motivos
higiénicos ni en que marcara el paso a la edad adulta. La circuncisión era un
signo de vinculación con Yahvé. El pueblo que cruza el Jordán no es un pueblo
nuevo sino renovado por esas aguas que borran los pecados de sus padres y así,
purificados con las aguas del Jordán renuevan su alianza circuncidando a los
hijos de Israel y celebrando la Pascua.
Por la
circuncisión el pueblo se consagra al Señor, ya no es un pueblo de esclavos en
tierra extranjera: por eso se puede decir que le han quitado el oprobio de
Egipto y también pueden celebrar la Pascua en la tierra prometida. La Pascua es
para Israel la Pascua de la liberación. Del mismo modo, nosotros, purificados
por el bautismo somos salvados por la Nueva Alianza y la celebramos con el
memorial de la Eucaristía.
Al final del capítulo se le
aparece a Josué un hombre con la espada desnuda en la mano que le manda
descalzarse porque el sitio que pisaba era sagrado lo que nos recuerda a Moisés
delante de la zarza ardiendo. Esta aparición es signo de la presencia de Dios.
La progresiva revelación de
Dios, que se da a conocer a lo largo de la historia hasta la plenitud revelada
en Jesucristo, nos ayuda a entender quién es Él, y que lo que estamos haciendo
ahora, adorando a Cristo vivo en la Eucaristía, es posible gracias a este hecho
del Antiguo Testamento que hoy recordamos y hacemos presente.
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