martes, 1 de abril de 2014

Josué 5 (Sofía 24/03/2014)


En el capítulo 5 de Josué nos encontramos con la circuncisión de los Israelitas. Israel no había practicado la circuncisión durante su viaje por el desierto y ahora Yahvé se lo manda a Josué. Su significado no radicaba en que fuera deseable por motivos higiénicos ni en que marcara el paso a la edad adulta. La circuncisión era un signo de vinculación con Yahvé. El pueblo que cruza el Jordán no es un pueblo nuevo sino renovado por esas aguas que borran los pecados de sus padres y así, purificados con las aguas del Jordán renuevan su alianza circuncidando a los hijos de Israel y celebrando la Pascua.
Por la circuncisión el pueblo se consagra al Señor, ya no es un pueblo de esclavos en tierra extranjera: por eso se puede decir que le han quitado el oprobio de Egipto y también pueden celebrar la Pascua en la tierra prometida. La Pascua es para Israel la Pascua de la liberación. Del mismo modo, nosotros, purificados por el bautismo somos salvados por la Nueva Alianza y la celebramos con el memorial de la Eucaristía.
Al final del capítulo se le aparece a Josué un hombre con la espada desnuda en la mano que le manda descalzarse porque el sitio que pisaba era sagrado lo que nos recuerda a Moisés delante de la zarza ardiendo. Esta aparición es signo de la presencia de Dios.
La progresiva revelación de Dios, que se da a conocer a lo largo de la historia hasta la plenitud revelada en Jesucristo, nos ayuda a entender quién es Él, y que lo que estamos haciendo ahora, adorando a Cristo vivo en la Eucaristía, es posible gracias a este hecho del Antiguo Testamento que hoy recordamos y hacemos presente.

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