Si en el capítulo de la semana pasada veíamos un recuerdo de
la primera Pascua, en el de hoy encontramos otro paso distinto: el pueblo de
Israel cruza el Jordán, recordándonos otro pasaje del Éxodo, el paso del Mar
Rojo.
Hoy vemos a Josué que, tras haber recibido la información
que le trajeron los espías que mandó a Jericó, se pone al frente de los
israelitas encaminándose a las orillas del Jordán, donde acampan por tres días.
Al cabo de los cuales, Josué dispone al pueblo para la marcha con el Arca de la
Alianza encabezando la marcha, según los mandatos que ha recibido del Señor, y
les anuncia que Él volverá a obrar maravillas ante sus ojos. Poniendo su
confianza una vez más en Dios, los israelitas emprenden la marcha y, aun
pareciendo imposible, contemplan como, de nuevo, Dios les facilita el paso
secando el lecho del Jordán justo en el momento en que los pies de los
sacerdotes que portan el Arca tocan el agua. Así, mientras que éstos permanecen
quietos en medio del lecho seco, Josué y todo su pueblo comienzan el paso por
lo que antes fue agua, hasta que cruza todo Israel.
El detallado relato que se ofrece ha hecho a algunos pensar
en un fenómeno perfectamente natural. Lo fuera o no, lo que en este capítulo se
nos transmite es la confianza del pueblo de Israel en Dios, confianza que se ve
recompensada extraordinariamente con el paso del Jordán, que les permitirá alcanzar
su nueva vida en la Tierra Prometida. Siendo herederos de Israel, pongamos
también nosotros nuestra confianza en el Señor, que nos ayudará a superar todos
los obstáculos que se nos presenten en el camino hacia
nuestra Vida en Él.
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