Los hechos narrados en el segundo capítulo
del libro de Josué sucedieron hace más de 3200 años, pero, entonces como ahora,
la información sobre el adversario sigue siendo un elemento clave en las estrategias
políticas o bélicas.
Por esto, para conocer el terreno, Josué envía
a Jericó a dos espías. Estos se alojan en la casa de Rajab, que vive al lado de
la muralla, y, por su poco honroso trabajo, acoge en su casa a cualquier hombre
que lo solicite. Era una mujer que, como diría el Papa Francisco, vivía en las
periferias…
A Jericó han llegado noticias del paso del mar
Rojo, y de las victorias de Israel contra los amorreos, por lo que entre la
población hay miedo hacia los israelitas. El rey de Jericó, vigilante ante esta
amenaza, se entera de la presencia de los espías hebreos y manda buscarlos.
Rajab siente temor de Dios y de sus prodigios,
por lo que esconde a los israelitas, y hace una profesión pública de fe. Esto traerá la salvación a ella y a su casa,
a pesar de sus pecados, como son su profesión y la mentira con la que encubrió
a los espías. Muchos siglos después, Jesús diría a los Sumos Sacerdotes del
Templo que “los publicanos y las prostitutas llegarían antes” que ellos “al
Reino de Dios” (Mt 21, 31).
Rajab hace un pacto con los espías, y les pide
que juren por el Señor que respetarán su vida y la de su familia; estos, que no
quieren tomar el nombre de Dios en vano, prefieren jurar por su propia vida.
El símbolo de este pacto será una cinta roja
escarlata que Rajab atará a la ventana, para que cuando los israelitas tomen la
ciudad (lo que se narra en el capítulo 6), respeten esa casa y a quienes estén
dentro, pasando de largo, igual que la última de las plagas de Egipto pasó de
largo y no entró en las casas que tenían la señal roja de la sangre en sus
jambas.
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