domingo, 1 de diciembre de 2013

Apocalipsis 21 (Paz 25/11/2013)

Hoy vemos el penúltimo capítulo del Apocalipsis, donde se nos habla de la Jerusalén celeste y también de la “esposa de Cristo”, la iglesia, a la que describe como “morada de Dios y lugar de encuentro con su pueblo”.

Tenemos que darnos cuenta de lo importante que es permanecer dentro de la iglesia y formar parte de ese pueblo de Dios, del que nos habla hoy la lectura, ya que fuera de ella no tendríamos acceso a los sacramentos, y recibiríamos el peor de los castigos, no tomar a Cristo en la comunión. Tampoco compartiríamos con los hermanos nuestra fe, y no olvidemos que, una fe compartida se vive y se desarrolla mejor.

Un segundo punto en que fijarnos en el capítulo 21 es la Jerusalén celeste. Todos hemos oído hablar de ella y suele aparecer como contraste al mundo terrenal, que se acaba, mientras que esta nueva ciudad celeste gira en torno al Señor, que es el centro, el templo, cuya gloria lo ilumina todo. Esta Jerusalén, representa el cielo, al que cada uno debemos aspirar como meta, como premio al terminar nuestros días en esta vida. Allí, donde existe la felicidad eterna, donde no hay preocupaciones ni muerte.

Pero debemos tener conciencia de que un poco de esa Jerusalén celeste podemos tenerlo aquí, ahora. Cada vez que celebramos la misa, un trocito de cielo se abre ante nosotros. Benedicto XVI nos decía: “cada eucaristía es parusía, venida del Señor y cada eucaristía es la tensión del anhelo de que revele su oculto resplandor”.

Así pues, seamos conscientes de esta realidad cuando acudamos a la eucaristía, para que podamos vivirla y celebrarla en todo su significado y esplendor, a la espera de llegar a la ciudad santa del cielo.

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