Tenemos que darnos cuenta de lo
importante que es permanecer dentro de la iglesia y formar parte de ese pueblo
de Dios, del que nos habla hoy la lectura, ya que fuera de ella no tendríamos acceso
a los sacramentos, y recibiríamos el peor de los castigos, no tomar a Cristo en
la comunión. Tampoco compartiríamos con los hermanos nuestra fe, y no olvidemos
que, una fe compartida se vive y se desarrolla mejor.
Un segundo punto en que fijarnos en el capítulo 21 es
Pero debemos tener conciencia de que un
poco de esa Jerusalén celeste podemos tenerlo aquí, ahora. Cada vez que
celebramos la misa, un trocito de cielo se abre ante nosotros. Benedicto XVI
nos decía: “cada eucaristía es parusía,
venida del Señor y cada eucaristía es la tensión del anhelo de que revele su
oculto resplandor”.
Así pues, seamos conscientes de esta
realidad cuando acudamos a la eucaristía, para que podamos vivirla y celebrarla
en todo su significado y esplendor, a la espera de llegar a la ciudad santa del
cielo.
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