En alguna ocasión, la imagen de
de la novia que se prepara para recibir a su prometido aparece en la Escritura:
en el salmo 44 o de alguna manera en la
parábola de las 7 vírgenes, por ejemplo. En nuestro tiempo, la novia es la
Iglesia, dispuesta a entregarse al Amado, pero cuando la Bestia haya sido
definitivamente derrotada, la Iglesia será la Esposa porque ya nada podrá
separarnos del Esposo, que es Cristo.
De este modo, los que han rechazado
perseverantemente los signos con que seduce la Bestia, es decir, las
tentaciones, y han adorado a Dios, adornan y deslumbran el vestido de la Esposa. Alaban a Dios porque por sí mismos no son
dignos de la salvación y la gloria que viene de Él. Estos son los santos, los que
participan del banquete de bodas del Cordero, y los invitados somos nosotros si
nos fijamos en varias parábolas del Evangelio y en la fórmula que dice el
sacerdote en cada Eucaristía antes de que gustemos anticipadamente de aquel
banquete. Por tanto, nosotros estamos también llamados a la santidad, y no por
nuestros méritos.
Por la Revelación, por la Palabra
de Dios, el hombre ha llegado al conocimiento de la Verdad para serla fiel.
Quienes la niegan buscan su perdición porque el juicio es justo y quien escoge
el camino del Maligno con todo el mal será destruido, no importa si es pobre o
rico, pequeño o grande.
El jinete blanco que imparte
justicia tiene dos nombres: veraz y fiel. Verdad y fidelidad son dos palabras
sobre las que meditar. Sólo en Dios está la verdad, la verdad de nuestra vida:
quiénes somos, a dónde vamos, qué nos mueve, para qué y porqué tantas cosas… Con
un poco de humildad, también necesaria, es inmediato reconocer que nuestra
fidelidad al Señor tiene bastantes flaquezas. Ciertamente todo
lo que no viene de Dios es falso, las promesas de este mundo son falsas (sobran
ejemplos), también nuestra limitación lleva a que el amor a los demás, por
ejemplo, tampoco sea verdadero del todo, o que mis palabras no se correspondan
con mis obras, o que deseemos el bien pero hagamos el mal, o que queramos todo
de inmediato… Debemos saber que no esperamos mayor noticia que ésta (por mucho
que al móvil no paren de llegar mensajes y mensajes, ya sabemos el definitivo):
sólo en Dios está la plenitud que anhela nuestro corazón y que este mundo no es
capaz de saciar aunque los falsos profetas que vagan por él nos quieran hacer
ver lo contrario; tenemos experiencia de esto.
“A Dios tienes que adorar” (Ap
19,10) le dice el ángel a San Juan. Tenemos que desear amar a Dios, a Él que es
la verdad es a lo único a lo que merece la pena entregar nuestro corazón. Y
amar es responder a Su llamada, mientras que el sentimiento, la apetencia, la
costumbre, la ideología… se diluyen en el tiempo y amar no es nada de esto,
amar es una decisión.
Vivamos, pues, con alegría esperando
y amando al Esposo, teniendo presente la llamada del Señor a buscar la
santidad, esa invitación a crecer en fidelidad y en verdad movidos por la
gracia para participar del banquete del Cielo.
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