domingo, 10 de noviembre de 2013

Apocalipsis 17 (Alberto 28/10/2013)

En este capítulo, vemos cómo uno de los ángeles que en el capítulo anterior portaban los cálices acude al apóstol  y le muestra dos personajes: Babilonia y una Bestia de siete cabezas y diez cuernos, sobre la que estaba sentada. El apóstol contempla asombrado cómo Babilonia bebe la sangre de los mártires y los fieles de Cristo, y el ángel se dispone a revelarle la identidad de Babilonia y del ser que monta en un lenguaje simbólico.

La gran Babilonia parece no ser otra que Roma y su Imperio pues de ella se dice que es “la gran ciudad que reina sobre los reyes de la Tierra” (Ap, 17, 18), y, más adelante, que se asienta sobre las siete cabezas de la Bestia, que son siete montes (efectivamente, Roma se asentó sobre siete colinas). Hablando de la Bestia, el ángel dice que “fue, y no es, ella ha de subir del abismo, y vendrá a perecer luego” (Ap, 17, 8). Estas enigmáticas palabras tienen su explicación en una creencia popular de la época según la cual el emperador Nerón no habría muerto, sino que se habría refugiado en Persia desde donde regresaría para vengarse de sus enemigos. Pero hay más: sus siete cabezas no eran sólo siete montes, también eran siete reyes, es decir, siete emperadores, de los cuales cinco habían pasado ya (en ellos se ha visto a la dinastía julio-claudia), uno reinaba entonces (al que se identifica con Vespasiano), y el último reinaría poco tiempo, el emperador Tito. A éste sería al que sucedería la Bestia, que era a la vez uno de los siete (Nerón). Por tanto, la Bestia era una persona concreta: el emperador Domiciano, quien, creyéndose un dios, mandó la segunda persecución contra los cristianos, mucho mayor que la anterior, por lo que no es extraño que los cristianos creyeran que Nerón realmente había regresado.

Ahora bien, ¿qué dice para los cristianos de hoy este pasaje? La Bestia encarna la idolatría y Babilonia (Roma), la lujuria (se la presenta como la gran ramera), la riqueza y el poder (“vestida de púrpura y de escarlata, de piedras preciosas y de perlas”); los diez reyes que son los diez cuernos no son sino los hombres que ansían estas tres cosas a cualquier precio, incluso rendirse a la idolatría. Por tanto, el capítulo nos habla también de la mayor tentación que asalta al hombre desde los tiempos del Génesis: “seréis como dioses” (Gn, 3, 5), la tentación de suplantar a Dios, del absolutismo del hombre; un hombre que prescinde de Dios y que, por tanto, tiene otros fines: la carne, el dinero y/o el poder (simbolizados en Babilonia), de los cuáles no es sino un esclavo (fijémonos en que es Babilonia la que cabalga a la Bestia).

Pero, sobre todo, este capítulo es un mensaje de esperanza. Aunque la Bestia y los reyes que con ella se han aliado se enfrentarán a Cristo que es el Cordero, “el Cordero los vencerá porque es el Señor de Señores y el Rey de Reyes” (Ap, 17, 14), y con Él vencerán los que le son fieles. Se repite aquí la promesa que Cristo hizo a Pedro: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella” (Mt, 16,18). Y no lo harán, como dice el ángel al final de este capítulo, porque el Mal se vuelve contra sí mismo. Confiemos en esta promesa cuando nos veamos tentados por lo que la Bestia y Babilonia representan.

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