miércoles, 2 de octubre de 2013

Apocalipsis 12 (Estefanía 17/06/2013)



Estando Juan en una isla llamada Patmos oyó una voz del cielo que gritaba: “Todo lo que veas y oigas, escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias de Asia: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea”. Así surgió el último libro del  Nuevo Testamento, el Apocalipsis.
La primera parte del libro nos habla sobre las epístolas a las siete iglesias de Asia. El siete es un símbolo para los cristianos: siete son los Sacramentos;  Juan vio siete candeleros de oro que representaban a las siete iglesias y sobre su diestra había siete estrellas; los ángeles tocaban siete trompetas…
La segunda parte del Apocalipsis nos muestra el tribunal de Dios y el despliegue de las fuerzas para luchar contra el Mundo. Aquí es preciso destacar la apertura de los siete sellos con los que estaba sellado el Libro que sólo podía ser abierto por el Cordero.
En la tercera parte, se quiere acabar con el antiguo mundo pagano y con Israel. Para ello, siete ángeles se disponen a tocar siete trompetas. Al son de cada trompeta van ocurriendo acontecimientos tales como: el mar se convierte en sangre, la caída del cielo de un astro grande llamado Ajenjo, la pérdida de la tercera parte del brillo del día y de la noche, la plaga de langostas o la muerte de la tercera  parte de los hombres.
Tras haber tocado los seis primeros ángeles sus trompetas, una voz del cielo ordenó a Juan que se comiese el  librito profético” con el fin de evangelizar al resto del mundo.
Pero, ¿qué pasó con el séptimo ángel?  Pues bien, según dicen las Escrituras, “cuando el séptimo ángel toque su trompeta, se cumplirá el misterio de Dios, y serán juzgados los muertos y recompensados los profetas y los santos”.
Tras hacer un breve repaso por todo el libro del Apocalipsis, me centraré en la cuarta parte, es decir, en la Encarnación del Hijo de Dios y las encarnaciones del dragón.
El capítulo de hoy nos muestra la lucha del hombre en contra del Mal, representado como un dragón grande con siete coronas sobre siete cabezas y con diez cuernos. Era la antigua serpiente llamada Diablo o Satanás que fue arrojada a la Tierra tras haber perdido su batalla en el Cielo.
Ya desde mucho antes, el Mal era representado en forma de serpiente, quien tras haber tentado a la mujer a comer del fruto prohibido, “fue maldita entre todas las bestias del campo” (Génesis 3, 14-15).
Pero Dios es misericordioso con su pueblo y envía a su propio Hijo para librarles del Mal. Para ello, se servirá de una mujer humilde y trabajadora llamada María.
En el Cielo aparecerá como una mujer envuelta por el Sol, con la Luna debajo de sus pies y enjoyada con una corona con doce estrellas sobre su cabeza. Esta descripción hace referencia a la Virgen Milagrosa, que se celebra el 27 de noviembre. Ella dará a luz al Mesías, a Jesucristo Nuestro Señor.
Satanás nunca se da por vencido y persigue a la mujer dispuesto a tragarse a su Hijo en cuanto dé a luz. Pero, los caminos de Dios son inescrutables y la mujer huye hacia el desierto en busca de cobijo y protección.
Existe un cierto paralelismo entre este capítulo y el Éxodo, libro del Antiguo Testamento, donde Dios ayuda al pueblo de Israel a salir de Egipto. Para ello, deberán atravesar varios desiertos haciendo frente a plagas y a tentaciones mundanas. Además, Jesús se retiró al desierto donde fue tentado por el Diablo, como bien nos muestran las Escrituras. Con todo ello, podemos decir que el desierto no sólo es un lugar de retiro, de reflexión y de encuentro de Dios con su pueblo, sino también es un lugar de tentación.
La serpiente, lejos de rendirse, expulsa de su boca un río de agua para que la corriente arrastre a la mujer, quien será auxiliada por la propia tierra que “abrirá su boca” para hacer desaparecer todo el líquido.
En referencia a lo expuesto anteriormente, he de decir que este hecho es paralelo a lo que sucede en el Éxodo, donde la tierra deja “abrir sus aguas” para que el pueblo de Israel sea liberado.

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