miércoles, 15 de mayo de 2013

Apocalipsis 7 (Paz 13/05/2013)



En el capítulo 7 del Apocalipsis, Juan nos presenta una doble mirada de la vida de fe; una a lo alto, al cielo, y otra hacia delante, al futuro. Así es como lo describe Benedicto XVI en una catequesis sobre este mismo capítulo.

Vemos, en primer lugar, como aparecen los ángeles que sembrarán la tierra de catástrofes. Están presentes por todo el mundo, como si fueran los cuatro puntos cardinales. Pero ante estos malos augurios, aparece una cantidad incontable de gente de “todo pueblo, raza y nación” que está delante de Dios, sirviéndole, adorándole. Es la imagen del cielo, donde los escogidos ya pueden ver al Señor. Ellos, vestidos de blanco como símbolo del bautismo, la pureza y la luz, han conseguido la meta de todo cristiano, la vida eterna en el cielo. Unos son mártires, otros no, pero todos han limpiado sus pecados por medio de la sangre de Cristo, el Cordero.

Nosotros debemos sentirnos también elegidos, intentando ser luz y brillar en nuestro mundo, reflejando el amor y la bondad de Dios.

En la última parte del capítulo, se nos dice que esta muchedumbre “ya no pasará hambre ni sed, porque su pastor los llevará a las fuentes de agua viva”. Esta fuente es el mismo Cristo, que se nos da en la Eucaristía como alimento indispensable para la vida de fe.

Y en este camino que nos lleva hacia Dios y que estamos recorriendo cada día, la oración es imprescindible. En palabras de Benedicto XVI sobre este texto dijo: “Por favor, rezad juntos también en casa. La oración no sólo nos lleva a Dios; también nos lleva los unos a los otros. Es una fuerza de paz y de alegría. Si Dios está presente en ella y se experimenta su cercanía en la oración, la vida se hace más feliz y adquiere una dimensión mayor”.

Hagamos también nosotros, de la oración personal y compartida, un momento de alegría en nuestra vida, ya que supone un encuentro con Cristo, con los demás y con nosotros mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario