miércoles, 15 de mayo de 2013

Apocalipsis 6,9-17 (Karl 06/05/2013)



En estos últimos lunes veníamos comentando la visión de Juan en la que ve a Dios sentado en el trono rodeado de un arco iris. Alrededor había veinticuatro ancianos sobre veinticuatro tronos. Representan la humanidad glorificada por y para dar gloria a Dios. Glorificada por Dios a través de las Alianzas que hizo con la humanidad: la alianza con Noé, el aro iris, con Moisés, las doce tribus de Israel, y finalmente, la realizada por medio de Cristo, las doce tribus del Cordero, es decir la Iglesia apostólica, que con las anteriores completan los veinticuatro tronos. Y en medio de la gloria aparece Cristo, el cordero “degollado”(muerto), “en pie”(resucitado), “con siete cuernos y siete ojos” (poseedor y dador del Espíritu Santo). Y se le alaba porque por el misterio de su Cruz hemos sido redimidos del poder del pecado. Por eso solo Él puede abrir el libro de los siete sellos. Algunos exegetas interpretan que este libro es el Antiguo Testamento que cobra todo su sentido y plenitud con Cristo.
El lunes pasado comentábamos como al abrir los cuatro primeros sellos se ponía de manifiesto en los cuatro jinetes que Jesús vence a la guerra, al hambre y la pobreza y a la muerte.
Con la apertura de los sellos quinto y sexto se nos presentan, por así decirlo, las consecuencias de la victoria del Cordero según el uso hecho por los hombres de su libertad. Así, nos encontramos con dos muchedumbres opuestas, que aparecen en cada sello: en primer lugar, con el quinto sello, una que se dirige a Dios y le pide justicia para entrar en la gloria. Son los mártires del Antiguo Testamento que aguardan a que se les unan los mártires cristianos. Cristo nos exhortaba a la oración con una imagen parecida en la parábola del juez y la viuda: “Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche?”.(Lc 18,7)
Con la apertura del sexto sello, se desencadenan las catástrofes de las que ya hablaban los profetas y también Jesús. Ante estas encontramos a la otra muchedumbre que se opone a la primera. Esta no clama a Dios sino que se esconde de Él, consciente de su pecado.
Se cumple entonces la profecía de Joel: “El sol se convertirá en tinieblas, la luna, en sangre ante el día del Señor que llega grande y terrible. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Jl 3, 4-5)

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