En estos últimos lunes
veníamos comentando la visión de Juan en la que ve a Dios sentado en el trono
rodeado de un arco iris. Alrededor había veinticuatro ancianos sobre
veinticuatro tronos. Representan la humanidad glorificada por y para dar gloria
a Dios. Glorificada por Dios a través de las Alianzas que hizo con la
humanidad: la alianza con Noé, el aro iris, con Moisés, las doce tribus de
Israel, y finalmente, la realizada por medio de Cristo, las doce tribus del
Cordero, es decir la Iglesia apostólica, que con las anteriores completan los
veinticuatro tronos. Y en medio de la gloria aparece Cristo, el cordero
“degollado”(muerto), “en pie”(resucitado), “con siete cuernos y siete ojos” (poseedor
y dador del Espíritu Santo). Y se le
alaba porque por el misterio de su Cruz hemos sido redimidos del poder del
pecado. Por eso solo Él puede abrir el libro de los siete sellos. Algunos
exegetas interpretan que este libro es el Antiguo Testamento que cobra todo su
sentido y plenitud con Cristo.
El lunes pasado comentábamos
como al abrir los cuatro primeros sellos se ponía de manifiesto en los cuatro
jinetes que Jesús vence a la guerra, al hambre y la pobreza y a la muerte.
Con la apertura de los sellos
quinto y sexto se nos presentan, por así decirlo, las consecuencias de la
victoria del Cordero según el uso hecho por los hombres de su libertad. Así,
nos encontramos con dos muchedumbres opuestas, que aparecen en cada sello: en
primer lugar, con el quinto sello, una que se dirige a Dios y le pide justicia para entrar en la gloria. Son los mártires del
Antiguo Testamento que aguardan a que se les unan los mártires cristianos.
Cristo nos exhortaba a la oración con una imagen parecida en la parábola del
juez y la viuda: “Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día
y noche?”.(Lc 18,7)
Con la apertura del sexto
sello, se desencadenan las catástrofes de las que ya hablaban los profetas y también Jesús.
Ante estas encontramos a la otra muchedumbre que se opone a la primera. Esta no
clama a Dios sino que se esconde de Él, consciente de su pecado.
Se cumple entonces la profecía de Joel: “El sol se convertirá en
tinieblas, la luna, en sangre ante el
día del Señor que llega grande y
terrible. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Jl 3,
4-5)
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