martes, 19 de marzo de 2013

Apocalipsis 3,7-22 (Michelle 18/03/2013)



Con la lectura de hoy, llegamos a las últimas cartas a las Siete Iglesias: Filadelfia y Laodicea. De nuevo, y como en anteriores mensajes, Dios conoce su conducta, reconoce y felicita sus virtudes y logros, y les reprende e invita a arrepentirse de sus pecados, finalizando cada mensaje con las mismas palabras: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias”. Grosso modo, recordamos lo que se les dice en las cinco primeras cartas, y más en concreto a las dos últimas cartas:







§  Éfeso. Felicitado por su fidelidad y paciencia, pero que ha olvidado su primer amor, el Amor de Dios. Es invitado a arrepentirse y que cambie de actitud en su relación con Dios, volviendo a ser quien era antes, prometiéndole el Árbol de la Vida, o si no, será castigado.



§  Esmirna. Conoce su situación de pobreza pero rica ante Dios. No es castigada, sino recompensada, invitándoles a ser fieles hasta la muerte, pues sufrirán, y esa paciencia será recompensada con la Corona de la Vida.



§  Pérgamo. Felicitado por su Fe, pero reprendida por compartir la mesa con los paganos carne sacrifica a los ídolos y cometer fornicación, por lo que invita a arrepentirse y si es así, comerán del maná escondido recibiendo la piedrecita blanca con el nombre nuevo que nadie conoce salvo el que lo recibe, o si no, será castigado.



§  Tiátira. Felicitado por su amor, su fe, servicio y paciencia. Pero le reprocha que toleren a Jezabel, profetisa que incitaba a los siervos a la lujuria, y quien tuvo la oportunidad de arrepentirse y no lo hizo. El mensaje se dirige directamente a quienes no seguían a esta mujer, prometiéndoles la Luz de la Gloria.



§  Sardis.  Ciudad muerta espiritualmente, pues aunque hagan buenas obras, no son perfectas para Dios. Es invitado a recordar y guardar las palabras que había recibido, pues sino, será castigado, y si se arrepienten, recibirán vestiduras blancas, y su nombre no será borrado del Libro de la Vida.







Sexta Carta: Filadelfia, que significa Amor Fraternal, era una ciudad agrícola donde se sembraba mucha uva y además era relativamente rica en espíritu. El mensaje a la Iglesia de Filadelfia es completamente de reconocimiento. Cristo le declara a esta Iglesia que él ha abierto una puerta que nadie puede cerrar, y a pesar de tener una condición social baja, han sabido ser pacientes, guardando su palabra y no han negado su nombre. Y por eso, por ser fieles al amor de Dios les hace varias promesas y recompensas: una columna en el templo, para que sus discípulos sean fuertes y estables en la casa de Dios; que nunca saldrán de allí, pues Jesús hará que sus discípulos estén seguros;  y escribirá sobre él el nombre de Dios, simbolizando que somos Hijos de Dios,  el nombre de la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén, y su nombre nuevo, que indica la relación personal que tendrán con Jesús.







Séptima Carta: Laodicea, que significa Derecho del pueblo, pueblo gobernado, era una ciudad espiritualmente muerta, pues varias veces le reprocha que no sea ni frío ni caliente, es decir, que no tenga un carácter tibio o templado, un punto medio, pues una persona que viva en un estado medio, se vuelve orgulloso, soberbio, indiferente y cree depender de sí mismo, de sus propias fuerzas y de nada más, o lo que es lo mismo, sienten que no necesita depender de Dios. Pero Él le aconseja e invita a arrepentirse, ya que Él reprende a todos los que ama, y si se convierte le hace una promesa: Que se siente con Él en su trono. Aquí aparece el trono, haciendo referencia a los doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.







Así, con estos dos últimos mensajes, culminamos los capítulos 2 y 3 sobre las cartas que escribe Juan por inspiración de Dios a las Siete Iglesias, siete como símbolo de universalidad, perfección, y unidad.  A todos les hace una promesa, en igualdad. A unos les reprocha sus errores, para que se arrepientan, pues el mensaje de Jesucristo es de conversión, no de condenación, y a los que se conviertan heredarán la Vida Eterna.





En otras palabras, para que Dios pueda establecer definitivamente el Reino de los Cielos, es necesario destruir todo aquello que vaya en su contra, poniendo como base y cimiento principal amar a Dios sobre todas las cosas, y que hoy por hoy también debemos tener presente como guía para cada uno de nosotros en nuestro crecimiento espiritual, pues el tercer versículo de este libro nos decía: Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas. Por último, transcribo las palabras del Papa Francisco en su discurso el pasado sábado a la prensa, que nos recuerdan, en cierto modo, el mensaje a las Siete Iglesias: lo más importante en este momento es volver a poner “a Cristo en el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, ni Pedro, ni la Iglesia existirían y no tendrían razón de ser…” e invitaa tratar de conocer cada vez mejor la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su caminar por el mundo, con sus virtudes y sus pecados.

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