Con la lectura de
hoy, llegamos a las últimas cartas a las Siete Iglesias: Filadelfia y Laodicea. De
nuevo, y como en anteriores mensajes, Dios conoce
su conducta, reconoce y felicita sus virtudes y logros, y les reprende e invita
a arrepentirse de sus pecados, finalizando cada
mensaje con las mismas palabras: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias”. Grosso
modo, recordamos lo que se les dice en las cinco primeras cartas, y más en
concreto a las dos últimas cartas:
§
Éfeso. Felicitado por su fidelidad y
paciencia, pero que ha olvidado su primer amor, el Amor de Dios. Es invitado a
arrepentirse y que cambie de actitud en su relación con Dios, volviendo a ser
quien era antes, prometiéndole el Árbol de la Vida, o si no, será castigado.
§
Esmirna. Conoce su situación de pobreza
pero rica ante Dios. No es castigada, sino recompensada, invitándoles a ser
fieles hasta la muerte, pues sufrirán, y esa paciencia será recompensada con la
Corona de la Vida.
§
Pérgamo. Felicitado por su Fe, pero
reprendida por compartir la mesa con los paganos carne sacrifica a los ídolos y
cometer fornicación, por lo que invita a arrepentirse y si es así, comerán del
maná escondido recibiendo la piedrecita blanca con el nombre nuevo que nadie conoce salvo el que lo recibe, o si no, será
castigado.
§
Tiátira. Felicitado por su amor, su fe,
servicio y paciencia. Pero le reprocha que toleren a Jezabel, profetisa que
incitaba a los siervos a la lujuria, y quien tuvo la oportunidad de
arrepentirse y no lo hizo. El mensaje se dirige directamente a quienes no
seguían a esta mujer, prometiéndoles la Luz de la Gloria.
§
Sardis.
Ciudad muerta espiritualmente, pues aunque hagan buenas obras, no son
perfectas para Dios. Es invitado a recordar y guardar las palabras que había
recibido, pues sino, será castigado, y si se arrepienten, recibirán vestiduras
blancas, y su nombre no será borrado del Libro de la Vida.
Sexta
Carta: Filadelfia, que significa Amor Fraternal, era una ciudad agrícola
donde se sembraba mucha uva y además era relativamente rica en espíritu. El
mensaje a la Iglesia de Filadelfia es completamente de reconocimiento. Cristo
le declara a esta Iglesia que él ha abierto una puerta que nadie puede cerrar,
y a pesar de tener una condición social baja, han sabido ser pacientes, guardando
su palabra y no han negado su nombre. Y por eso, por ser fieles al amor de Dios
les hace varias promesas y recompensas: una columna en el templo, para que sus discípulos sean fuertes y
estables en la casa de Dios; que nunca
saldrán de allí, pues Jesús hará que sus discípulos estén seguros; y
escribirá sobre él el nombre de Dios, simbolizando que somos Hijos de Dios,
el nombre de la ciudad de Dios, la nueva
Jerusalén, y su nombre nuevo, que
indica la relación personal que tendrán con Jesús.
Séptima
Carta: Laodicea, que significa Derecho del pueblo, pueblo gobernado, era
una ciudad espiritualmente muerta, pues varias veces le reprocha que no sea ni frío ni caliente, es decir,
que no tenga un carácter tibio o templado, un punto medio, pues una persona que
viva en un estado medio, se vuelve orgulloso, soberbio, indiferente y cree
depender de sí mismo, de sus propias fuerzas y de nada más, o lo que es lo
mismo, sienten que no necesita depender de Dios. Pero Él le aconseja e invita a
arrepentirse, ya que Él reprende a todos los que ama, y si se convierte le hace
una promesa: Que se siente con Él en su
trono. Aquí aparece el trono,
haciendo referencia a los doce tronos para
juzgar a las doce tribus de Israel.
Así, con estos dos
últimos mensajes, culminamos los capítulos 2 y 3 sobre las cartas que escribe
Juan por inspiración de Dios a las Siete Iglesias, siete como símbolo de
universalidad, perfección, y unidad. A
todos les hace una promesa, en igualdad. A unos les reprocha sus errores, para
que se arrepientan, pues el mensaje de Jesucristo es de conversión, no de condenación, y a los que se conviertan heredarán
la Vida Eterna.
En otras palabras, para que Dios pueda establecer definitivamente el Reino de los Cielos, es necesario destruir todo aquello que vaya en su contra, poniendo como base y cimiento principal amar a Dios sobre todas las cosas, y que hoy por hoy también debemos tener presente como guía para cada uno de nosotros en nuestro crecimiento espiritual, pues el tercer versículo de este libro nos decía: Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas. Por último, transcribo las palabras del Papa Francisco en su discurso el pasado sábado a la prensa, que nos recuerdan, en cierto modo, el mensaje a las Siete Iglesias: lo más importante en este momento es volver a poner “a Cristo en el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, ni Pedro, ni la Iglesia existirían y no tendrían razón de ser…” e invita “a tratar de conocer cada vez mejor la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su caminar por el mundo, con sus virtudes y sus pecados”.
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