domingo, 10 de marzo de 2013

Apocalipsis 2, 8-17 (Sofía 04/03/2013)



Los capítulos dos y tres del Apocalipsis son cartas dirigidas a las siete Iglesias. Cada una de estas cartas está construida sobre el mismo esquema:
  • Se nombra a la Iglesia.
  • El que la envía es Cristo.
  • Hace el examen de conciencia de las Iglesias,  poniendo de manifiesto sus virtudes y defectos e invitándola a la conversión.
  • Finalmente promete un regalo particular al vencedor.
Los mensajes comienzan con la palabra conozco y cada una de las cartas concluye con la misma fórmula: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.”
Con respecto a la Iglesia de Esmirna, el Señor les deja claro que conoce su situación. Sabe que es una comunidad pobre y que estaba siendo calumniada por los judíos y perseguida por los paganos.
Hay que matizar que no habla de los judíos, sino de los que dicen ser judíos, porque los judíos de raza que no creyeron perdieron su derecho a ostentar este nombre y, por tanto, su sinagoga pasa a ser la de Satán, al oponerse a la Iglesia. Esta comunidad cristiana pobre, es rica ante Dios, que la va a probar para que de más fruto y Dios la anima a mantenerse fiel, prometiéndole la corona de la vida.
Luego dirige una carta a la Iglesia de Pérgamo (hoy Bergama en turco); por aquel entonces, era un centro importante del culto pagano, ahí estaba el “trono de Satanás” alusión al culto imperial que imperaba en esa ciudad. Se la invita a confesar el nombre de Jesús y no el del emperador.
La Iglesia de Pérgamo tiene el privilegio de tener entre sus miembros al primer mártir de esta provincia, Antipas, del que aquí se habla. Ahora bien, la valentía de esta Iglesia en proclamar su Fe frente a la persecución pagana, no impide que la corriente pagana penetre en la misma Iglesia con los cristianos que, deseosos de no apartarse de los paganos, aceptaban incluso compartir con ellos los banquetes de sus templos, donde se comía la carne sacrificada a los ídolos. Les advierte que, si continúan por el mal camino, irá a castigarlos. Al que venciera, le promete el maná escondido (se entiende en el cielo), que es la comida milagrosa de la inmortalidad que se anticipa en la Eucaristía (Juan 6, 48-58) y además, les dará un nombre nuevo que define una criatura nueva.
De estas cartas deducimos que todos los cristianos tienen que dar testimonio de su fe en el mundo; pero en ciertos contextos el testimonio se convierte en martirio, como el caso de Antipas. Ahora bien, el mensaje en el Apocalipsis de Juan es fundamentalmente optimista: Dios ya es vencedor. Jesús fue crucificado pero consiguió la victoria final puesto que Jesús está vivo y nos impulsa a comprometernos en el mundo. Lo único que queda ahora es ocupar el terreno conquistado. Para que Dios pueda establecer definitivamente su Reino, necesita destruir todo lo que se opone a Él en el mundo y en nosotros mismos, es preciso morir a cierta manera de llevar nuestra existencia para vivir la vida de Cristo.

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