Los capítulos dos y tres del Apocalipsis son cartas
dirigidas a las siete Iglesias. Cada una de estas cartas está construida sobre
el mismo esquema:
- Se nombra a la Iglesia.
- El que la envía es Cristo.
- Hace el examen de conciencia de las Iglesias, poniendo de manifiesto sus virtudes y defectos e invitándola a la conversión.
- Finalmente promete un regalo particular al vencedor.
Los mensajes comienzan con la palabra conozco y cada una de
las cartas concluye con la misma fórmula: “El que tenga oídos, oiga lo que el
Espíritu dice a las Iglesias.”
Con respecto a la Iglesia de Esmirna, el Señor les deja
claro que conoce su situación. Sabe que es una comunidad pobre y que estaba
siendo calumniada por los judíos y perseguida por los paganos.
Hay que matizar que no habla de los judíos, sino de los que
dicen ser judíos, porque los judíos de raza que no creyeron perdieron su
derecho a ostentar este nombre y, por tanto, su sinagoga pasa a ser la de
Satán, al oponerse a la Iglesia. Esta comunidad cristiana pobre, es rica ante
Dios, que la va a probar para que de más fruto y Dios la anima a mantenerse
fiel, prometiéndole la corona de la vida.
Luego dirige una carta a la Iglesia de Pérgamo (hoy Bergama
en turco); por aquel entonces, era un centro importante del culto pagano, ahí
estaba el “trono de Satanás” alusión al culto imperial que imperaba en esa
ciudad. Se la invita a confesar el nombre de Jesús y no el del emperador.
La Iglesia de Pérgamo tiene el privilegio de tener entre sus
miembros al primer mártir de esta provincia, Antipas, del que aquí se habla.
Ahora bien, la valentía de esta Iglesia en proclamar su Fe frente a la
persecución pagana, no impide que la corriente pagana penetre en la misma
Iglesia con los cristianos que, deseosos de no apartarse de los paganos,
aceptaban incluso compartir con ellos los banquetes de sus templos, donde se
comía la carne sacrificada a los ídolos. Les advierte que, si continúan por el
mal camino, irá a castigarlos. Al que venciera, le promete el maná escondido
(se entiende en el cielo), que es la comida milagrosa de la inmortalidad que se
anticipa en la Eucaristía (Juan 6, 48-58) y además, les dará un nombre nuevo
que define una criatura nueva.
De estas cartas deducimos que todos los cristianos tienen
que dar testimonio de su fe en el mundo; pero en ciertos contextos el
testimonio se convierte en martirio, como el caso de Antipas. Ahora bien, el
mensaje en el Apocalipsis de Juan es fundamentalmente optimista: Dios ya es
vencedor. Jesús fue crucificado pero consiguió la victoria final puesto que
Jesús está vivo y nos impulsa a comprometernos en el mundo. Lo único que queda
ahora es ocupar el terreno conquistado. Para que Dios pueda establecer
definitivamente su Reino, necesita destruir todo lo que se opone a Él en el
mundo y en nosotros mismos, es preciso morir a cierta manera de llevar nuestra
existencia para vivir la vida de Cristo.
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