Los
capítulos 2 y 3 del Apocalipsis están compuestos por siete textos similares:
las cartas a las siete Iglesias. Los protestantes suelen utilizar este texto
para afirmar que en los inicios del cristianismo había muchas iglesias, pero lo
cierto es que las Iglesias del texto están en comunión entre sí, y la única
separación entre ellas es la geográfica. Son, sencillamente, comunidades
cristianas de diferentes ciudades, y un mismo siervo del Señor, Juan, escribe a
todas ellas por inspiración divina. Quizá podría compararse a las cartas que
pueda escribir el Papa a las conferencias episcopales de diferentes países, o a
los líderes de diferentes movimientos o realidades eclesiales, teniendo en
cuenta sus diferentes carismas o contextos sociales.
También
las Iglesias a las que se dirigen estos textos tienen diferentes retos a los
que enfrentarse, y en las cartas se les amonesta por sus errores, y se les
felicita por sus aciertos.
Por
otro lado hay que tener en cuenta el carácter simbólico de este libro: el siete
significa completitud, perfección, y el hecho de que haya siete cartas hace
referencia a la universalidad de la Iglesia: todas las Iglesias, todos los
carismas, son necesarios, si uno faltara, la Iglesia sufriría. Utilizando
palabras de San Pablo, en el mismo cuerpo hay muchos miembros con distintas
funciones, y cuando un miembro está herido, todo el cuerpo sufre.
En
la carta a la Iglesia de Éfeso, se la felicita por su fidelidad, pero se le
reprocha “que haya perdido su amor de antes”, instándola a rectificar de una
forma que se asemeja a las etapas del sacramento de la confesión: “date cuenta
de donde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera”. Y habla del
castigo y del premio, recordando las palabras de Cristo tras la parábola del
sembrador: “el que tenga oídos, que oiga”. Si somos tierra buena, daremos frutos
de Vida Eterna, igual que el árbol de la Vida que se nos ofrece.
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