lunes, 25 de febrero de 2013

Apocalipsis 1 (Javier 18/02/2013)




Hoy comenzamos la lectura del último libro del Nuevo Testamento: el Apocalipsis. La palabra “apocalipsis” significa “revelación” en griego. Un apocalipsis se diferencia de una profecía en que su autor ha recibido unas visiones, y no ha escuchado una revelación divina que se transmite oralmente, y en que no tienen valor en sí mismas sino por su simbolismo: en los números, los objetos, las partes del cuerpo o los personajes.



San Juan, prisionero por orden del emperador Domiciano en Patmos (una pequeña isla del archipiélago griego más oriental), cae en éxtasis y comienzan las visiones. Se le aparece el Mesías, con una túnica talar (representando el sacerdocio), con un ceñidor de oro (por su realeza), con cabellos blancos (por su eternidad), con ojos llameantes (de ciencia divina) y pies de metal (que expresan su estabilidad).



La autoría del libro del Apocalipsis se ha atribuido al apóstol Juan, autor del cuarto Evangelio, pero parece que fue escrito por su círculo a finales del s. I. En este periodo histórico se sucedieron persecuciones violentas contra la Iglesia, y el texto está destinado a levantar la moral de los cristianos, igual que los grandes temas proféticos anunciaban al esclavo y oprimido pueblo de Israel su liberación y su dominio sobre sus enemigos. No obstante, el alcance de este libro llega a los fieles de todos los tiempos, porque no han de confiar ya sólo en la promesa de Dios de permanecer “con su Pueblo” (Ex 25, 8) porque ahora nos ha unido a su Hijo, que ha vencido al pecado y a la muerte.



El Apocalipsis, por tanto, es el anuncio de la victoria definitiva sobre el mal, y no debemos confundirnos con el adjetivo “apocalíptico” que a menudo se utiliza para describir situaciones catastróficas. De hecho, los cristianos esperamos precisamente este acontecimiento, lo cual queda de manifiesto en la celebración de la Eucaristía, que como iremos viendo, explica y adelanta las visiones del Apocalipsis, la cena del Cordero.

     El inicio de este libro es una nueva manifestación de que la Salvación es para todo hombre y mujer, llamados a vivirla como un acontecimiento que va a llegar pronto, en cualquier momento, y a reconocer a Dios como el alfa y la omega, principio y fin de todas las cosas. Desde esta perspectiva todo cambia y ya las metas temporales como lo que vaya a hacer el “finde”, cuando acabe la carrera… pasan a un segundo lugar y la meta definitiva y más importante es el encuentro con el Señor.

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