En el capítulo 22 de los Hechos
de los Apóstoles nos encontramos a Pablo arrestado por las autoridades
romanas de Jerusalén a causa del revuelo producido por las acusaciones de los
judíos de Asia contra Pablo, al que intentaban matar.
Es entonces cuando Pablo, aprovechando la ocasión, pide la
palabra para su defensa y proclama a los judíos de Jerusalén su testimonio, su
experiencia personal de encuentro con Cristo.
El testimonio de Pablo es el testimonio de su conversión. Se
presenta como judío y reconoce haber perseguido a los cristianos a muerte. De
esta manera quiere señalar, en su defensa, que este cambio de actitud no es una
traición al Judaísmo sino fidelidad a la religión de sus padres. Afirma, por
boca de Ananías: “el Dios de nuestros padres te ha elegido para que conocieras
su voluntad”. Y es que en Cristo se llevan a plenitud todas las promesas hechas
al pueblo judío.
Pero en medio de esta persecución, Cristo sale a su
encuentro y Pablo lo escucha.
Y ya muestra la conversión. La humildad de Pablo, que
reconoce a Cristo que le habla, le obliga a preguntar: “¿qué debo hacer,
Señor?”. Y es que no se puede permanecer impasible ante el encuentro con
Cristo. En palabras del santo Padre:” No
se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás”[1].
El relato de su conversión sigue con su encuentro con
Ananías en Damasco. Allí se pone de manifiesto la necesidad del cristiano de
estar en comunión con la Iglesia. Pablo no solo recibe la profecía de Ananías:
“serás su testigo ante todos los hombres” sino que será bautizado y con ello recibirá
el perdón de los pecados y la inserción en la Iglesia.
Pablo continúa su testimonio con la oración en la que, en
Jerusalén donde ahora se encuentra, es enviado por Dios a predicar a los
“pueblos más lejanos”. Esta es la vocación específica a la que ha sido llamado.
En este momento, los judíos se ponen a gritar contra Pablo pidiendo su muerte y
obligando al comandante romano a meterlo en la fortaleza. Por ser ciudadano
romano, esta vez se librará de ser torturado y tendrá una oportunidad de dar su
testimonio ante el sanedrín.
Podemos concluir diciendo que, en este relato del encuentro
de Pablo con Jesús, vemos cómo Dios no se cansa de buscar al hombre. Él nos
aguarda, nos espera y sale a nuestro encuentro y nada podrá hacer que se canse
este amor de Dios.
[1] De la homilía del Papa
Benedicto XVI en la Santa Misa de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud
(Madrid 2012)
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