domingo, 25 de noviembre de 2012

Hechos de los Apóstoles 21 (María 29/10/2012)



En el capítulo anterior, San Pablo salía de Éfeso. Este viaje es diferente: ahora no va a evangelizar nuevas zonas, sino que regresa a Jerusalén. En el camino de vuelta, en los lugares por los que va pasando, encuentra grupos de discípulos: el trabajo ha dado sus frutos.
Aunque tengan un objetivo claro, Pablo y sus acompañantes se adaptan a las circunstancias, y van aceptando los medios que Dios pone en su camino: llegan a Tiro porque el barco en el que habían embarcado debe dejar allí su cargamento. A nosotros, esta Palabra también nos recomienda no aferrarnos a nuestros planes y dejar actuar a Dios.
En Tiro hay una comunidad numerosa de cristianos, y se quedan una semana con ellos. Iluminados por el Espíritu Santo, advierten a Pablo, aquí y en Cesarea, para que no suba a Jerusalén, pero él asegura no tener miedo de dar su vida por Cristo, y decide continuar. Sus compañeros se despiden de él orando juntos, y aceptan la voluntad del Señor, aunque les duela.
En Jerusalén, se ha extendido el rumor de que ha enseñado por todo el mundo doctrinas contrarias a la Ley de Moisés, ya que no ha obligado a los creyentes procedentes del paganismo a cumplir ciertos preceptos que no eran necesarios para su salvación.
Los hermanos le recomiendan que acompañe a los que van a cumplir sus votos, para demostrar que él también cumple la Ley.
De la misma forma, nosotros debemos procurar dar ejemplo, y no escandalizar a los demás.
En el Templo lo reconocen y, como había advertido el Espíritu Santo, lo arrestan, acusándolo erróneamente de haber introducido paganos en el templo. Los judíos consideraban esto una profanación, porque pensaban que la salvación era solo para ellos, el pueblo elegido. En cambio, San Pablo trata de acercársela a todo el mundo.
Nosotros también tenemos esa misión, porque la Salvación es universal.

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