En el capítulo catorce de los Hechos de los Apóstoles prosigue la misión de Pablo en Asia. Esta vez nos situamos en Iconio donde predicaron con gran libertad al Señor, que “confirmaba la palabra de su gracia realizando por su mano señales y prodigios”. Esta predicación fue causa de numerosas conversiones, pero también provocó la ira de los judíos, los cuales siendo testigos de los signos se negaban a creer. De esta manera el pueblo se dividió entre los partidarios de los judíos y los de los apóstoles, cumpliéndose lo que Jesús había dicho: “¿creéis que he venido a traer la paz al mundo? Os digo que no, sino la división.”
Pablo y Bernabé tuvieron que huir de Iconio porque se produjo un tumulto de judíos y gentiles que pretendían apedrear a los apóstoles y se fueron a las regiones vecinas. En Listra se va a producir la curación de un tullido lo que hizo creer a los licaonios que Pablo y Bernabé eran dioses, consideraron a Bernabé como Zeus y a Pablo como Hermes y les quisieron ofrecer sacrificios, tendiendo que aclara Pablo y Bernabé su posición. Esto ilustra los primeros encuentros de los predicadores cristianos con la cultura pagana politeísta.
Aquí vemos que los oyentes de Pablo eran hombres religiosos que guardaban costumbres y maneras propias de honrar a sus dioses. Tenían sacerdotes, ritos, sacrificios. Pero Pablo les invita a algo diferente, que es la Fe:
• El hombre religioso pero sin fe, reconoce la existencia de un ser superior y siente la necesidad de seguirlo. En esto ve una ley de la naturaleza, un orden que respetar. Conoce a Dios por las costumbres de su pueblo.
• En cambio, el creyente, al oír la predicación del Evangelio, reconoce una llamada de Dios dirigida a él que lo invita a cambiar de vida, y responde personalmente aun si los otros no han respondido. La fe lo invita a entrar en una comunidad, la Iglesia.
Así, el enfermo cree en la predicación de Pablo. A una palabra de Pablo se levanta. Esta curación revela exteriormente lo que pasó interiormente. Está dispuesto a cambiar de vida, liberándose de su religión y de las tradiciones humanas que le ponían trabas. Los demás se maravillan del milagro: en realidad no lo entienden. Quieren expresar su alegría y acción de gracias del modo acostumbrado: ofreciendo sacrificios a los dioses. No cambia su vida.
Pero Pablo y Bernabé no se rinden y les hablan de un Dios que hace bien a todo el mundo, aunque lo desconozcan. (“Hace salir el sol sobre buenos y malos”). Al final, instigados por judíos venidos de Antioquia e Iconio apedrearon a Pablo y creyéndolo muerto, lo dejaron fuera de la ciudad. Pero él, con ayuda de sus discípulos se levantó, lo que demuestra que nada puede poner obstáculos a la Palabra de Dios, a la proclamación de su reino, ni siquiera a sus testigos.
Derbe es el final de la misión. Pablo y Bernabé emprenden la vuelta por el mismo camino que les llevará a visitar todas las comunidades fundadas en el continente. Después navegarán rumbo a Antioquia sin volver a pasar por la isla de Chipre. Allí les exhortan a permanecer en la Fe y constituyen presbíteros en cada Iglesia. El cristianismo naciente prescindió de los sacerdotes, recurriendo en cambio a los presbíteros cuya función primordial consistía en servir a la comunidad, invitándola a intensificar sus relaciones con Dios. Sólo algún siglo más tarde la reflexión cristiana comenzó a designar con el nombre de sacerdotes a los ministros vinculados con el culto (sacramentos) y la predicación (palabra). Tal apelativo quería resaltar sobre todo la dimensión sacra de los ministros. Se fue sacrificando así al antiguo presbítero (idea de madurez), por el nuevo sacerdote (idea de sacralización).
Después navegarán rumbo a Antioquía, reuniendo a la Iglesia para contarles lo que Dios había hecho con ellos, como había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Pablo se convierte entonces en el modelo y el símbolo del misionero que lleva la buena noticia hasta los confines del mundo.
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