Ya predijo Jesús: “Os echarán mano, os perseguirán, os llevarán a las sinagogas y a las cárceles y os harán comparecer ante los reyes y gobernadores por causa mía. Esto os servirá para dar testimonio.” (Lc 21, 12). Con el martirio de Esteban se cumplen estas palabras iniciándose en Jerusalén una dura persecución contra los cristianos. Los apóstoles se mantienen unidos en la ciudad, sin embargo, se inicia una dispersión que provocará la expansión del cristianismo, según las palabras de Jesús en la Ascensión: “seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). Así pues en este capítulo se nos presenta la expansión de la Iglesia en Samaria.
La predicación en este lugar se caracteriza por ser encabezada, no por un apóstol, pues estos se hallaban en Jerusalén, sino por Felipe, uno de los siete diáconos instituidos por los apóstoles, que lleva a la práctica la misión universal de todo cristiano de dar testimonio de su fe en Cristo. Como consecuencia de esta predicación la ciudad se llenó de alegría (Hch 8, 8).
A la predicación del Reino, le siguieron los bautizos y, finalmente, reflejando la autoridad de la iglesia de Jerusalén, acuden los apóstoles, Pedro y Juan, para imponerles las manos y que reciban el Espíritu Santo.
Este capítulo incluye dos episodios concretos: el de Simón el Mago y el del eunuco etíope.
Simón el Mago tenía asombrada a la gente con trucos y magia. Esta práctica estaba condenada: “Cuando hayas entrado en la tierra que Yahvé, tu Dios te da, no imites las abominaciones de esas naciones, y no habrá en medio de ti quien haga pasar por el fuego a su hijo o a su hija, ni quien se de a la adivinación, ni a la magia, ni a hechicerías y encantamientos.”(Dt 18, 9-11). Pero incluso éste, se admiraba de los prodigios que Felipe obraba en nombre de Cristo e, incluso, se bautizó. A pesar de ello no entiende el mensaje del Evangelio pues ofrece dinero al llegar Pedro a cambio de poder comunicar el Espíritu Santo. Pedro le recrimina y es que el don de Dios no se compra, sino que ha sido Él, quien se ha entregado primero.
A continuación se narra la conversión del eunuco etíope en la cual se cumple la profecía: “No diga el extranjero: el Señor me excluirá de su pueblo. No diga el eunuco: yo soy un árbol seco” (Is 56, 3). Este fragmento muestra la necesidad del magisterio de la Iglesia (el eunuco afirma: “¿cómo voy a entender si alguien no me lo explica?).
Además, el hecho de que sea un eunuco, excluidos de la asamblea (Dt 23 1-7) y extranjero, revela los esfuerzos de la Iglesia, ya desde los primeros cristianos, de llevar el mensaje de Salvación a todo el mundo según el mandato de Cristo.
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