En el texto que vamos a leer a continuación nos encontramos tres grandes bloques. Primero el feliz suceso de la venida del Espíritu Santo por Pentecostés; más adelante el primer discurso de Pedro y los apóstoles ante los judíos en Jerusalén; y por último, la descripción de la vida de la Iglesia de los primeros cristianos. Es la realidad que nos da Cristo tras la Ascensión: el Espíritu Santo, el Colegio Apostólico y la Iglesia.
Todos, los apóstoles con María, estaban reunidos en un mismo lugar por el día de Pentecostés. La palabra Pentecostés significa quincuagésimo y se refiere a una fiesta solemne de los judíos que se celebraba cincuenta días después de la Pascua. Esta fiesta solemne se llamaba comúnmente la fiesta de semanas o la fiesta de cosecha. Era muy importante porque era una de las tres fiestas anuales a las que todo varón judío tenía que asistir.
En este día en que los judíos celebraban la cosecha había una cosecha de tres mil almas convertidas al Señor. Y esa primera Iglesia de conversos incluía judíos piadosos pero también, como oiremos, a gente de infinidad de naciones. Todos recibiendo el apostolado de la palabra. De la palabra inspirada por el Espíritu Santo, Eterno Amor.
Como dice textualmente San Lucas en este capítulo: “Entonces Pedro en pie con los once”, realiza su primer discurso bajo la inspiración del Espíritu Santo. El colegio apostólico comienza su predicación y lo hace en Jerusalén, ciudad que como algunos hemos podido ver este verano, alberga una profunda desunión. Allí, Pedro habla de comunión.
En el discurso se muestra el mensaje central del cristianismo y que ellos vivieron directamente: Pedro y los apóstoles, les hablan, nos hablan, de la vida, muerte y resurrección de Cristo. Y el discurso está lleno de luz, iluminando el Antiguo Testamento para mostrar su plenitud en Cristo, para que todos, mediante el bautismo recibir el don del Espíritu Santo. Nos encontramos con el origen de dos verdades de fe que el catecismo nos recuerda: que el Espíritu Santo ilumina el Magisterio de la Iglesia, y que Ésta es depositaria de la Revelación.
Y una vez convertidos, la primera comunidad vive plenamente el mensaje cristiano y nos repite palabras vivas en la Iglesia: todos, común, íntimamente unidos, juntos, compartir.
¿Nos preguntamos cómo sería nuestra vida si viviéramos nuestra existencia cristiana con la fuerza y el ímpetu con los que vivían los primeros cristianos? A menudo, por desgracia, cuando salimos de nuestro entorno cristiano, misa y oración comunitaria, nos confundimos, nos diluimos, perdemos la fuerza por miedo, pereza o incluso egoísmo. ¿Y si compartiéramos los bienes como hacían ellos?, ¿seríamos capaces de desprendernos de nuestras pertenencias, venderlas y compartir el dinero para dárselo a alguien que lo necesitase más que nosotros?
¿Qué oración hacemos? Tenemos la enorme fortuna de poder reunirnos aquí cada semana y rezar en presencia del Señor, pero ¿dedicamos el tiempo que se merece a la oración el resto de la semana? ¿Hablamos de la oración a los que nos rodean?
¿Celebramos la presencia de Jesús en el pan como lo hacían los primeros cristianos? Cristo se nos da como alimento para nosotros. No podemos vivir sin comida ni bebida, sin embargo Él se nos ofrece cada día en la eucaristía. Busquemos espacios para estar con Él y dejar que nos alimente y transforme.
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