En el tercer capítulo de la carta de Santiago se nos dice que debemos controlar lo que decimos, que debemos controlar nuestra lengua, ya que con ella podemos decir cosas buenas, pero también muchas cosas malas, y a partir de esto, podemos pecar y condenarnos.
Debemos utilizar nuestra lengua para hablar con dulzura y siempre hablar bien de los demás, pero por desgracia, muchas veces nos puede la ira, la maldad, la envidia, y llegamos a decir por nuestra boca barbaridades que lo único a lo que nos llevan es al pecado, a la condena de nuestra alma y de nuestro cuerpo.
No se vosotros, pero yo creo que cuando pecamos hablando mal de alguien y juzgamos la forma de ser o de actuar de otra persona, ¿no os sentís después mal y con ganas de arrepentiros? ¿No pensáis que al hacer este acto tan horrible también estás fomentando que las personas de las que hablas mal o con las que tu mismo estás criticando a otro, puedan otro día, hablar mal de ti?
Pues un dicho que un día me dijo mi madre, dice: “Lo que des, recibirás”. Y por eso os digo que vamos a intentar todos ser mejores personas, vamos a intentar que de nuestra boca sólo salgan bonitas palabras, que hablemos con calma y con dulzura, y más en este tiempo de meditación y de perdón que es la cuaresma; un tiempo en el que debemos prepararnos muy bien espiritualmente y en el que debemos arrepentirnos de lo que hemos hecho mal. Por eso debemos pedir a Dios que nos ayude a ser mejores, a querer más a los demás, a no hablar mal de nadie. Y como bien dice Santiago, los que promueven la paz van sembrando en paz el futuro que conduce a la Salvación.
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