En el capítulo 2 de la carta de Santiago que hoy vamos a escuchar, se nos presentan dos temas: No juzgar a las personas y las obras de la fe.
En el primer punto, Santiago nos dirige hacia la meditación sobre qué es lo importante de cada persona. Si nos fijamos en las apariencias externas y sobre ellas hacemos un juicio rápido, o si deberíamos profundizar, sin dejarnos llevar por lo superficial e intentar encontrar y valorar a cada uno en toda su dignidad como ser humano, como hijo de Dios.
La segunda parte del capítulo, trata de las obras de la fe. Santiago nos dice que sólo la fe no es suficiente. Puede que para un protestante sí, pero para nosotros, los católicos, la fe sin obras, es una fe muerta. Así como Dios reflejó todo su amor hacia los hombres, entregando a Cristo para nuestra salvación; así nosotros, cada uno en sus circunstancias, tiene que ser capaz de entregar todo el amor recibido por medio de la fe, a los demás, y esto sólo se puede hacer con obras, en forma de servicio a los otros, de oración, de colaboración, de tener una actitud determinada en la vida.
Nosotros, tenemos que estar abiertos a los demás. Nuestra fe es para ser compartida, entregada e ir creciendo con el tiempo, no para quedarse estancada ni para que cada uno la conserve para sí mismo. “Dios y yo, y eso me basta”. Pues no, no es así. Cada uno debe hacer suya la frase que hoy nos dice Santiago: “la fe sin obras está muerta”.
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