En este último capítulo, el apóstol Pedro nos advierte que vendrán días en que falsos profetas tratarán de minar nuestra fe y hacernos dudar de las promesas de salvación hechas por Cristo y transmitidas por los profetas y los propios apóstoles. Ante este peligro, que existe también hoy, Pedro nos recuerda que fue Dios quien creó el mundo, y que fue por culpa de gente como ésta contra la que nos previene por la que sobrevino el castigo del diluvio universal.
El día que subió al cielo, Jesús prometió que volvería algún día de forma definitiva para juzgarnos, salvar a los que hubieran confiado en Él y condenar a los que no le hubieran seguido, pero, al igual que ocurre hoy, hubo gente que empezó a dudar de esta promesa al ver que ésta tardaba en cumplirse. El apóstol nos alienta a seguir creyendo en esa promesa y nos explica que si Dios tarda en cumplirla es debido a que el tiempo para Él transcurre de forma diferente a como lo hace para nosotros, y porque en su Amor espera que se salven todos sus hijos. Pedro también aclara que no habrá señales extraordinarias que anuncien el Juicio Final, tenemos que tener presente que ese día llegará cuando menos nos lo esperemos. Nosotros, los cristianos, esperamos que ese día podamos formar parte de un mundo nuevo, eterno y justo, por eso, nuestra conducta debe ser ejemplar para que Dios nos considere dignos de ese mundo.
Así pues, no debemos prestar atención a aquellos que se aprovechan de la dificultad de vivir nuestra fe para pervertir el mensaje de Cristo y desviar a los que tienen una fe débil en Dios; al contrario, debemos profundizar en nuestra fe hasta donde nos sea posible, dejando la puerta abierta al misterio.
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