lunes, 12 de julio de 2010

Romanos 7 (María H. 17/05/2010)

Sabemos que debemos amar a los demás como a nosotros mismos. Pero no lo hacemos. No siempre hacemos lo que nos proponemos: caemos y nos equivocamos. Queriendo hacer el bien, no nos sale. Hacemos muchas cosas reprochables, incluso sabiendo que lo son. Este conocimiento agrava las faltas, ya que nos permite cometerlas a sabiendas: Sin Ley, no podría haber transgresiones a la Ley. Por ello, San Pablo se pregunta si la Ley es mala. Pero no. Es el pecado el que se aprovecha de la Ley, que en sí es buena, ya que expresa la voluntad de Dios. La Ley nos informa sobre lo que está bien y lo que está mal, pero no da instrumentos para realizarlo. Necesitamos algo más. Necesitamos del Espíritu.

San Pablo también nos dice que es esta vida, la vida del mundo, la que nos ata a las leyes: como dijo Jesús a Nicodemo, ‘debemos volver a nacer’ a una Vida Nueva, por medio del bautismo. Es esta Vida Nueva la que nos da la liberación.

La Ley es una preparación: primero Dios nos da conocimiento sobre lo que tenemos que hacer, y nos hace apreciarlo, mostrándonos que es algo bueno. Después, nos manda la Fuerza que necesitamos para cumplirlo: Jesús nos dice que ‘no ha venido a abolir la Ley, sino a darla cumplimiento’; para ello nos enviará su Espíritu en Pentecostés, que celebraremos este domingo. Pidámosle que nos reparta sus dones, entre ellos, la sabiduría para conocer la voluntad de Dios y la fortaleza para cumplirla.

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