El capítulo 6º de la carta de san Pablo a los romanos es uno de los textos que se leen en la Vigilia Pascual y pone de relieve que Cristo una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más. Cristo, en quien no hubo pecado sufrió las consecuencias del pecado (dolor, muerte) sin haber colaborado con él pero ahora participa de la gloria de Dios en donde todo dolor y muerte ha sido vencido. Lo que afirmamos de Cristo lo afirmamos también de los cristianos. San Pablo escribe: “Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”.
Para san Pablo, el cristiano pertenece a Cristo. Por el bautismo se ha unido al Cristo muerto y resucitado. Esta unión con Cristo se realiza no sólo espiritualmente (por el rito sacramental del bautismo) sino también por la vida cristiana, “una vida nueva”.
El bautismo no consiste sólo en un perdón de los pecados. Es también una unión con Cristo, un entrar a participar en una comunidad, en una Iglesia de hombres y mujeres que viven la realidad de la resurrección. Ello no excluye la fragilidad humana y la posibilidad de equivocarse o pecar. Pero la cuestión no está allí, sino en la identidad del creyente, en cuál es su referencia fundamental, a qué mundo quiere pertenecer: si al mundo dominado por el pecado que ha dejado atrás, o a la comunidad de los santos y llamados siempre a la santidad que camina en la esperanza del Reino de Dios. Jesús dijo a Nicodemo que si quería entrar en el Reino de Dios tenía que “nacer de nuevo” (Jn 3, 3-6).
San Pablo insiste en “que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, obedeciendo a sus concupiscencias”. Pone de relieve una serie de oposiciones correlativas: esclavitud/emancipación, ley/gracia, pecado/obediencia, injusticia/justicia, iniquidad/santidad.
Hay que tener en cuenta que si bien con el bautismo nos hemos ahogado sacramentalmente al hombre viejo, en la realidad la guerra contra nuestros vicios interiores continúa. Para lograr enterrar efectivamente al hombre viejo y desarrollar la vida nueva de hijos de Dios hará falta en realidad toda la existencia.
Basilio el Grande decía: “cada cosa tiene su tiempo apropiado: hay tiempo de sueño y tiempo de vigilia; tiempo de guerra y tiempo de paz; pero toda la vida humana es el tiempo de bautismo”.
Por último resaltar que el actor principal del bautismo no es el hombre sino Dios a través de su ministro. El hombre sólo puede recibir ese don con las manos vacías, aunque abiertas, es decir, con la disponibilidad de la fe. En realidad, todo viene de Dios: la acción salvífica de Cristo -su vida entregada por nosotros y resucitada por el Padre- fue como el bautismo general de toda la humanidad, que se actualiza después para cada uno con su propio bautismo.
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