lunes, 18 de mayo de 2009

Gálatas 2,11-3,5 (Javier León 03/11/2008)

Queridos hermanos:

La lectura de hoy tiene como tema central la salvación del hombre por medio de Jesucristo. La Ley mosaica no salva ni tampoco justifica, pues de lo contrario, Cristo habría padecido y muerto en la Cruz inútilmente. Ahora vivimos según la ley del Espíritu porque esperamos una nueva vida en presencia de Dios y en ausencia de pecado, donde la justicia sea plena y donde ya no vivamos según la carne, es decir, sólo para nosotros mismos y según los criterios del mundo.

Por ello, nuestra alma vive de la Cruz porque ansía la salvación, aguarda resucitar como nuestro Señor. En contra de lo que sostienen algunos protestantes como que no importaría que Cristo no hubiese resucitado, San Pablo sale a corregir estas ideas con la famosa frase “si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Co 15,14), pues entonces todo este plan no tendría esperanzas de realizarse, pero es por nuestra fe en el Evangelio, por nuestra propia vivencia de fe en medio de la Iglesia y porque sabemos que la fe no viene de nosotros, sino que hemos sido elegidos, por lo que es una esperanza segura. Por nuestra gran fragilidad, empezando por la mía propia, nuestra fe decae en momentos pero la retomamos y aumentamos por la gracia de nuestro Señor, que no cesa de llamarnos, siempre con gran gozo pues con un poco de humildad reconocemos que la necesitamos. De lo contrario viviríamos en un mundo que hace lo que puede para ir aguantando con penas y alegrías que van y vienen, de no sumergirnos en el pesimismo más absoluto. Yo no sé vosotros, pero en mi caso siempre que salgo de la oración llego a mi casa supercontento, y sólo lo explico por la fe que me da Cristo pues el mundo no sería capaz de entenderlo.

El otro aspecto a destacar es la universalidad de este proyecto de salvación. Si recordáis la lectura del libro del Apocalipsis del pasado sábado en la solemnidad de todos los santos, entre los adoradores del Cordero se encontraban hombres de toda nación, pueblo, raza y lengua. San Pablo cuenta a los corintios en su primera epístola: “me he hecho todo a todos para salvar a algunos al precio que sea” (1 Co 9, 22). Yo diría que ésta es una de las señas de identidad de San Pablo, junto a la firme voluntad de no escandalizar entre cristianos. De esto radica el que San Pablo reproche a San Pedro su manera de actuar, que daba a entender que sólo los circuncisos eran verdaderos cristianos, a lo que hay que añadir que incluso estaban separados unos de otros en las comidas eucarísticas. Del mismo modo, resulta curioso pero coherente como San Pablo manda circuncidar a Timoteo antes de encontrarse con unos judíos en los Hechos de los Apóstoles (Hch 16,3).

Asimismo, quisiera invitaros a meditar sobre la permanente vigencia de lo que Cristo habla por medio, en este caso de San Pablo. Han pasado casi dos mil años y podría perfectamente estar escribiéndonos a nosotros, comunidad de S. Ricardo.

Para terminar, me gustaría leeros unas palabras del Santo Padre en la catequesis del miércoles pasado, que resumen lo ya dicho con la claridad y el acierto habitual de Benedicto XVI: “San Pablo ha renunciado a su propia vida dándose totalmente a sí mismo para el ministerio de la reconciliación, de la Cruz que es salvación para todos nosotros. Y esto debemos saber hacer también nosotros: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Debemos formar nuestra vida sobre esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en ese Dios del que todos podemos decir: "Me ha amado y se ha dado a sí mismo por mí”. Que así sea.

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