miércoles, 20 de mayo de 2009

Gal. 4, 11; 5, 1-6/13-25 (Karl S. 17/11/08)

Pablo había misionado en la provincia romana de Galacia, fundando algunas comunidades de paganos convertidos. Algún tiempo más tarde se presentaron allí unos judaizantes predicando que los cristianos tenían que circuncidarse y observar determinadas prescripciones mosaicas. Intentaron desacreditar a Pablo y provocaron una grave crisis en aquella iglesia joven. De ahí, que Pablo se pusiera a escribir esta epístola y expresara su temor a que lo trabajado allí resultase vano (Gal. 4, 11).

Pablo está en contra de la circuncisión como necesaria para poder entrar en relación con Dios. Es verdad que Jesús se circuncidó al octavo día de su nacimiento, como señal de su inserción en la descendencia de Abrahán, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la ley y de su consagración al culto de Israel. Pero ahora somos circuncidados en Cristo a través del bautismo y, siendo de Cristo Jesús, lo que cuenta es una fe activa por el amor.

San Pablo sigue diciendo que hemos sido llamados a la libertad, pero la libertad no es ilimitada ni es el valor supremo. Está limitada por el amor mutuo, síntesis de toda ley. Pablo no dice: O ley o libertinaje, sino: o ley o Espíritu. Y también: o Espíritu o instinto.

San Pablo pone de relieve que toda ley alcanza plenitud en este sólo precepto: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Insiste en que hay que dejarse guiar por el Espíritu, pues no tenemos necesidad de ley los que conversamos con el padre. La ley ya no tiene que decir, no adulterarás, a quien jamás deseó a la mujer del prójimo, ni no matarás, a quien ha eliminado en sí mismo toda ira y toda enemistad, o bien no desea el campo del otro ni sus bienes a quien no tiene deseo de las cosas terrenas. Ni dirá no al ojo por ojo y diente por diente a quien no considera a nadie como enemigo, sino a todos como prójimos y nunca extiende su mano por venganza.

La ley no exige diezmos a quien ha entregado a Dios todos sus bienes (San Ireneo de Lyon).

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