sábado, 23 de mayo de 2009

1Corintios 6,12-7,39 (Paz C. 18/03/2009)

San Pablo sigue hablando a los corintios, una sociedad pecadora, como la nuestra, y con un sentido de que el fin de los tiempos estaba cerca, aunque ya sabemos que la medida del tiempo de Dios es diferente a la nuestra.

En primer lugar nos habla de la fornicación, el pecado hecho con el cuerpo y que daña al propio cuerpo. Pablo nos recuerda que nosotros no somos dueños de nuestro cuerpo, sino que somos del Señor; es más, que Dios puso en cada uno al Espíritu Santo, primero en el bautismo, y en su plenitud al recibir la Confirmación. Por tanto, somos como un cofre con un tesoro dentro, que es el Espíritu Santo. Así, al pecar con el cuerpo, pecamos contra Dios, contra el Espíritu. No os creáis lo que nos cuentan, que “somos dueños de nuestro cuerpo y podemos hacer con él lo que queramos”. Da igual quitarse un grano que practicar un aborto o tener relaciones sexuales con distintas personas. Todo esto, que incluso está bien visto en algunos sectores de nuestra sociedad, para nosotros es un pecado, ya que somos del Señor y por tanto, debemos vivir como Él nos invita a hacerlo.

Otro tema que toca San Pablo es el del matrimonio y la virginidad. Ambas vocaciones válidas dentro del seno de la iglesia y enfocadas al servicio de Dios.

El matrimonio, fundamentado siempre en el amor, ese amor verdadero que el mismo Pablo describe en esta carta a los corintios y que todos hemos escuchado alguna vez, y en alguna boda, seguro. Ese amor que no debe tener sus cimientos en “esta persona me hace feliz”, sino que debe estar dirigido a conseguir la felicidad del ser amado, porque en esa felicidad estará la de uno mismo. Y, por supuesto, encaminados los dos hacia Dios y a la apertura a la vida de los hijos.

Este amor, que no es un juego; este amor, que es el que dura y el que hay que cuidar; este amor, que debe ser “el pan nuestro de cada día” del matrimonio cristiano, es al que San Pablo nos conduce si ahí está nuestra vocación.

Pero también están los solteros, los vírgenes, ya sea por vocación o por distintas circunstancias de la vida. Esta otra opción de vida, que defiende con total convencimiento San Pablo, es la que dispone de más tiempo y menos preocupaciones terrenas para poder dedicarse por entero al Señor, ya que los casados tienen una familia que cuidar y conservar, con lo que parte de su día estará dedicado a ellos y, por tanto, menos tiempo para Dios. Este “desprendimiento” de preocupaciones terrenas hace que la virginidad esté destinada a un servicio mas intenso hacia el Señor, una libertad plena, sin ataduras, para poder “preocuparse de las cosas del Señor”, como lo expresa San Pablo.

En resumen, que cada uno debe buscar dentro de sí mismo la vocación a la que Dios le llama, siempre para su servicio, que puede ser formando un matrimonio cristiano, consagrando su virginidad al Señor (en el sacerdocio o en la vida consagrada) o como solteros dentro de la Iglesia de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario