sábado, 23 de mayo de 2009

1Corintios 4 (María H. 04/03/2009)

Vivimos pendientes de lo que los demás piensan de nosotros, y actuamos conforme a la imagen que queremos dar. Pero San Pablo escribe: “lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros, por un tribunal humano”. También es lo que menos debería importarnos. Simplemente debemos actuar de forma “que nos tengan los hombres por servidores de Cristo”. Y el mismo Jesús nos dice cómo debemos actuar para ello: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor unos a otros”.

Pero a la sociedad no le gusta esto. A veces, porque no lo comprende; otras, porque el mensaje es claro, duro y difícil de seguir; y otras más, porque se hace quedar mal a quien no actúa con tanta rectitud, ya que el juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son malas (Jn. 3, 19).

Somos, en palabras de San Pablo, “el desecho de todos”. Pero no nos debe importar la incomprensión: ya estamos advertidos por Jesús: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros” (Jn. 15, 18).

No podemos avergonzarnos de lo que creemos, ya que sería avergonzarnos de nosotros mismos, de lo que somos. No podemos tener miedo de reconocernos cristianos y de actuar coherentemente con ello…Tampoco se trata de alardear de hacer cosas buenas públicamente. No hay que presumir: “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?”. Las obras buenas no son sólo para que las vean los demás, como se nos recordó el miércoles de ceniza: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”. Si lo hacemos así, ya hemos recibido “nuestra paga”: la honra por parte de los hombres, que es lo que hacían los hipócritas. No, nuestras obras deben agradar a Dios.

Al fin y al cabo, Él es nuestro Juez. Él es el único que conoce toda la verdad, por eso es el único que nos puede juzgar con verdadera justicia. Y, precisamente porque conoce todo, también sabe qué es lo que nos impulsa a actuar, incluso cuando nos portamos mal. Conoce nuestras debilidades, por ello es, a la vez que justo, misericordioso. Él nos va a perdonar, incluso cuando nosotros mismos no seamos capaces de perdonarnos.

Pero, a pesar de todo, nos cuesta aceptar los criterios de Dios y seguimos criterios humanos. Nos cuesta confiar, aunque sepamos que Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros, son muchas las veces que no hacemos caso a los consejos que Él nos da, y quiere que escojamos libremente. Debemos pensar: ¿Nos dejamos guiar o somos demasiado prepotentes?

No hay comentarios:

Publicar un comentario