sábado, 23 de mayo de 2009

1Corintios 13 (Paz C. 06/05/2009)

San Pablo nos habla hoy del amor, de su importancia en nuestra fe, ya que Dios es AMOR y cada uno de nosotros somos fruto de ese amor. Nuestra religión se basa en dos pilares fundamentales: Amar a Dios y al prójimo.

Si Dios nos ha creado por amor, nos perdona por amor y nos reprende, también por amor, que menos que nosotros, como hijos agradecidos, intentemos devolver parte de ese amor recibido. Y, ¿cómo? Pues dando lo mejor de cada uno en nuestra vida, intentando poner amor en todo lo que hacemos y en las personas que nos rodean.

Este capítulo de S. Pablo a los corintios suele ser leído en las bodas como ejemplo del amor que esos novios deben profesarse. Pero las virtudes del amor se aplican a las distintas manifestaciones de éste. Amar es querer lo mejor para el ser amado, querer hacerle feliz, ayudarlo, consolarlo, corregirlo o reprenderlo. Pensemos si en nuestro día a día somos capaces de hacer que el amor a los demás sea la brújula que nos guíe:
¿Amo a Dios como debo? ¿Me comporto de manera que se pueda decir que soy “digno hijo suyo”? ¿Dedico el tiempo suficiente para darle gracias, rezar o intentar escucharle? ¿Acepto lo que Dios tiene planeado para mí?
¿Quiero y respeto a mis padres, abuelos y hermanos? ¿Tengo paciencia con ellos? ¿Les atiendo cuando están enfermos? ¿Les obedezco? ¿Les cuido?
A mis amigos y compañeros de estudio o trabajo, ¿les ayudo? ¿Me alegro de sus éxitos? ¿Busco lo mejor para ellos? ¿Les envidio? ¿Soy generoso o busco algo a cambio?
Y cuando me enamoro, ¿quiero a mi novio o novia tal como es? ¿Busco su felicidad o sólo me gusta que haga lo que yo quiero? ¿Soy flexible y sé ceder? ¿Soy celoso? ¿Me pongo en su lugar?
Y con aquellos que no conozco pero con los que no podemos ser indiferentes. Los pobres, los marginados, los inmigrantes, los que están solos: ¿les trato como a hermanos? ¿Veo en ellos el rostro de Dios? ¿Les ayudo? ¿Tengo una palabra amable para ellos?

Son muchas preguntas, sí, pero seguro que vosotros podríais hacer muchas más. Y ellas nos ayudan a reflexionar sobre el tipo de amor que cada uno tiene y si se parece al que nos describe S. Pablo, sin reservas, sin condiciones. Porque cuando das sin esperar una recompensa, cuando ese amor surge de lo más profundo del corazón, porque así lo puso Dios en él, ya veréis cómo se recibe mucho, muchísimo más de lo que se da. Esto, que el mundo no entiende, porque si das tiene que ser “a cambio de algo”, es el gran valor de nuestra fe y por lo que debemos ser luz entre los demás y juzgados al final de nuestros días.

Que el Señor nos ayude a amar en plenitud, tanto a Él como a los que nos rodean y seamos, así, reflejo del amor divino y pensemos en lo que nos dice S. Pablo: “Si no tengo amor, no soy nada”.

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