Hoy vemos como Pablo sigue arrestado en
Cesarea, y que, tras el relevo del gobernador Félix, aparece en escena otro,
Porcio Festo, un romano que se encuentra, nada más llegar al cargo, con los
sumos sacerdotes y los jefes judíos, pidiendo que les entregue a Pablo para
llevarlo a Jerusalén. Pero el gobernador no acepta esto, quiere primero
escuchar lo que Pablo tiene que decir y pide a los judíos que prueben sus
acusaciones, ya que lo único que encuentra son diferencias en temas religiosos.
Festo es un hombre que quiere contentar a
todos: a los judíos con la opción de juzgar a Pablo en Jerusalén; al propio
Pablo, al que no ve culpable, y le abre la opción de presentarse ante el césar,
y por último, al rey Agripa, al que presenta el caso de Pablo, picando así la
curiosidad del rey para que se interese y quiera conocerlo, escucharlo y dar su
opinión. La figura del gobernador, destaca en este capítulo, como alguien
tibio, que no se compromete. Tiene claro que Pablo no es culpable, pero no se
atreve a poner sobre la mesa la verdad, a defender la causa de un hombre
inocente y escurre responsabilidades apelando a otras instancias, como el rey
Agripa o el mismo césar. Y mientras, Pablo encarcelado por dar testimonio de
Cristo, muerto y resucitado.
Pensemos un poco si nosotros nos
parecemos algo a Festo, en su tibieza, si nos da miedo comprometernos con Dios,
con la causa de La Verdad
de nuestra fe, y no sólo eso, sino demostrar abiertamente que esa fe es el
pilar de nuestra vida, lo que nos sostiene y nos lleva adelante cada día, cada
momento y en todas y cada una de nuestras actividades, públicas o privadas,
porque no podemos separar una cosa de la otra. La fe, nuestra fe, va en el
interior de cada uno y se debe reflejar exteriormente en nuestro comportamiento,
sin miedos, porque es lo más grande que tenemos y Dios está a nuestro lado para
guiarnos y darnos fuerza.
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